Primera persona del singular

Recopilación de relatos del autor que tienen como objeto el recuerdo de de una mujer. Hoy, en la setentena, escribe Murakami: "Me conformo con la vida tranquila que llevo y seguir adorando los siete nombres de mujer que llevo en mi corazón" (pág.240).

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2021 Tusquets Editores
279
978-84-1107-014-0
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La figura femenina, incluso el sexo en determinados momentos, es una constante en las novelas de Murakami. Afortunadamente, existen en sus novelas otros componentes que quitan importancia al anteriormente citado. Hablamos del elemento fantástico, del misterio que mantiene el suspense en el lector, de la música o el deporte. En el relato que lleva por título Confesiones de un mono, el autor menciona ese cruce entre realidad y fantasía que es consustancial con su obra.

Empezando por el final, podemos preguntarnos si vale la pena la lectura de Primera persona del singular (o sea yo). Ya me he manifestado en otras ocasiones sobre los libros del autor japonés; valen la pena para los adictos a Murakami. Aquellos lectores que esperen una obra en consonancia con el precio de venta es preferible que se abstengan.

Voy a limitarme a comentar algunos pasajes interesantes -no son los únicos- de este libro. El autor los pone en boca de sus personajes, pero deben atribuírsele a él mismo. En una ocasión está el protagonista leyendo una novela de uno de sus autores favoritos y señala cómo "la calidad literaria de la misma distaba mucho de sus mejores obras. El problema no residía solo en la trama, que no lograba arrancar mi curiosidad, sino también en la confusión expositiva" (pág.267).

Del párrafo anterior extraemos dos ideas que no hemos encontrado en otros escritores y que, por lo tanto, alabamos en Murakami. En primer lugar la constatación de que en un autor, por bien que escriba, no todas las publicaciones son obras maestras. La segunda idea, más interesante todavía, es la referencia que hace a la curiosidad como motor de la lectura. Ignoro si esta realidad, por conocida, no figura en los manuales, pero me gusta suscribirla. El lector compulsivo -no me atrevo a decir el auténtico lector- lo hace movido por la curiosidad que suscita en él la letra impresa. Afirma el protagonista: "Yo no sabía cómo pasar los tiempos muertos si no era con algo que leer" (pág.118).

Hablando de su equipo favorito de béisbol, Murakami recomienda "saber perder, porque la derrota está más presente que la victoria en nuestras vidas" (pág.157). No sé si es cierto que la vida reparte con más prodigalidad derrotas que victorias, es posible que sea así, pero de lo que no cabe duda es que conviene estar mentalizado para el fracaso a fin de evitar desengaños si es que llega.

Al hilo de los fracasos, es sabido que en Japón abundan los suicidios, que no dejan de ser un fracaso vital. Recuerda el autor cómo, en el año 1968, el Jefe de estudios de su Instituto, sociólogo, se había quitado la vida debido al agotamiento ideológico que sufría: "En la segunda mitad de la década de los sesenta -señala- se diagnosticaban casos de personas que se quitaban la vida movidas por su propia ideología, exhaustas en su estancamiento intelectual" (pág.103).

En el mundo, el año 1968 fue especialmente conflictivo. El autor cita el asesinato de Robert Kennedy, pero también fue el año de la revolución estudiantil de mayo o de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. Los intelectuales se situaban en la izquierda -Sartre, Marcuse, Lacan- en tanto que en Japón el escritor más destacado de la postguerra, Francis Mishima, denunciaba el olvido de la cultura tradicional japonesa en beneficio de otras importadas. Ante el cúmulo de ideologías y de movimientos sociales, aquel que los tomase en serio no es de extrañar que resultase ideológicamente exhausto.

Por último, señalar como la traducción de Juan Francisco González, que no es el traductor habitual de Murakami al castellano, presenta pasajes extraños; demasiado coloquiales para tratarse de una obra literaria. Demasiado creativos quizás. Juan Ignacio Encabo Balbín.