Conjeturas sobre un sable

El narrador de esta breve novela publicada en 1985, "un viejo cura que a duras penas puede introducir la llave en la cerradura" recuerda en una carta los lejanos nueve días de 1944 en los que fue testigo de uno de los episodios más rocambolescos de la Segunda Guerra Mundial: la ocupación por los cosacos de la región de Carnia, en la frontera entre Italia, Austria y Eslovenia. Aquellos cosacos, que combatieron contra los bolcheviques en 1918, fueron repescados del exilio por los nazis, con la promesa de una patria cosaca autónoma. El engaño era evidente y, sin embargo, los ingenuos guerreros confundieron las estepas rusas con la nieve. Lo que remueve los lejanos recuerdos del padre Guido es la exhumación del cadáver de un general cosaco, junto al que se halla la empuñadura de un sable, "promesa de gloria y sello de vanidad". Hay cierta polémica sobre la identidad del cadáver, y el paciente narrador repasa los indicios, las coartadas, los datos históricos contradictorios, los comentarios ya míticos de los habitantes del lugar. Pero lo que otorga valor a esa reconstrucción imposible de los hechos, es su carácter de totalidad: "No estoy buscando la verdad, sino más bien las razones que expliquen el falseamiento de la verdad". En esta reconstrucción, no de la verdad sino de sus deformaciones, se cifra el objetivo del relato: establecer la génesis de los engaños y autoengaños que surcan la historia, de las mentiras que terminan cambiando el mundo. Porque el mal "tiene ser y sustancia" y la mentira "es tan real como la verdad, actúa sobre el mundo, lo transforma". El falso cadáver del general y su falso sable recuerdan a todos los buenos que, ciegos, hacen el mal y acaban siendo víctimas, tras provocar abundante sangre y dolor.

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1999 Anagrama
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Para que la vida sea bendición, hace falta detenerse a saborear la «ternura de las cosas». Esto hace Claudio Magris (Trieste, 1939): asir los raros momentos de persuasión de la existencia –de armonía consigo y con el mundo–; llenar de agua, que es luz líquida, los recodos de nuestra propia geografía; los más cotidianos, los que de tan sabidos ya no tienen nombre, los que con el andar frecuente se nos han olvidado.