Un milagro en equilibrio

En este libro-carta, mala novela, aparece todo: maltratos, lesbianas, pareja de hecho, sexo sin amor y la sospecha de que ningún matrimonio es normal.

Ediciones

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2004 Planeta
424
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Imagen de wonderland

En este libro-carta, que como carta es larga, pero como novela también (podrían expurgarse muchas páginas), aparecen todo: los maltratos, las parejas de lesbianas, que son las más frecuentes en la novela, la pareja de hecho, el sexo sin amor, la sospecha de que ningún matrimonio es normal, la crítica a la sociedad patriarcal y el rechazo del sexismo entendido como ¿qué es eso de que las niñas vistan de rosa y los nenes de azul?. Todo eso con el trasfondo de la Bovary y con Irma la dulce de por medio. Son tantos los acontecimientos extraños en una historia que se quiere normal (cartas de Tarot, personajes que entregan brújulas, sueños premonitorios y escándalo de revista del corazón incluido), que no resulta creíble por ningún lado. De lo cual se deduce que una parte, quizás substancial sea cierta porque, la realidad siempre supera a la ficción. Pero eso en una novela es indiferente porque a las obras de ficción no se les pide que sean verdaderas sino creíbles, que es otra cosa.
La historia se mueve en la experiencia de la nueva madre para con su hija (muy científica, con todo lo de la oxitocina, la incontinencia urinaria post-parto y los consejos de las guías para ser padres) a la que llaman “nena”, que para un bebé resulta bastante cutre aunque, dentro de las ideas que se reflejan en la novela, resulta conmovedor que le hayan conservado el género femenino. De por medio se muere la abuela (que es un dramón no por la pérdida de una persona sino por el aparato hospitalario) y así aprendemos algo más de ciencia médica. Teóricamente se podría ver un hilo conductor, una secuencia de generaciones, pero todo está demasiado deslavazado. De su pasado Eva Agulló (la protagonista) su herencia de acomplejada (gorda, incapaz y fracasada).
Este libro se alza como testimonio de una sociedad que se disuelve, que no sabe de donde viene ni tiene previsto ir a ninguna parte. Refleja, no por arte, sino por saturación lo que está pasando. Queda, eso sí, el amor que tiene por su hija. Reducirlo al efecto Bambi, complejos freudianos o subidas hormonales es algo que no parte de la experiencia sino de los libros. Y, una buena novela, debe partir de la vida para que la historia inventada sea verdadera.
Por cierto, respecto al nombre de la niña, Amanda, no es gerundivo dativo como dice la protagonista filóloga, sino nominativo o, en el peor de los casos, ablativo. Cabría un vocativo si la admiración nos deja transpuestos.

Imagen de cdl

Uno puede recibir un premio por sus méritos, por que le ha tocado en suerte o, simplemente, porque quien podía concederlo ha querido otorgárselo. Puede suscitar envidias, pero nadie tiene derecho a decir que es injusto. Que Etxebarria, que es la premiada de moda, se haya alzado con el Planeta, no merece ningún comentario especial. Había un jurado y éste sabrá los motivos.

La novela no es buena ni en la forma ni en lo que explica. No genera ningún mundo imaginario y juega a la ambigüedad de "adivina si esto que cuento me ha pasado de verdad o no". A mí me trae al pairo si lo que cuenta es su vida deformada o no. Lo que digo es que como novela es mala. Ha elegido el estilo de primera persona (al igual que el finalista Ferran Torrent) y con ello gana en cierta soltura. Porque esta historia, en tercera persona, resultaría insoportable. Pero así, con el yo por delante y la pancarta de defensa del feminismo en alto, el estilo pasa a segundo plano.

En las primeras páginas la autora nos advierte del miedo que le da ser criticada. Le pasa como a Lewis el grande, que montó toda una teoría sobre la crítica para que nadie se metiera con su obra, y ojo que la teoría es buena. Pero a Etxebarría, que no es Lewis, se le ve el plumero. Y este libro que es una especie de carta-diario a su hija (que ha tenido una de verdad y la felicitamos por ello), parece una obra de encargo de su agente y de la editora. Además, tiene un desliz y cita a Updike que si hizo algo decente es reírse de los escritores (de algunos) a través de Bech, que es un personaje cómico y entrañable.

En este libro-carta, que como carta es larga, pero como novela también (podrían expurgarse muchas páginas), aparece todo: los maltratos, las parejas de lesbianas, que son las más frecuentes en la novela, la pareja de hecho, el sexo sin amor, la sospecha de que ningún matrimonio es normal, la crítica a la sociedad patriarcal y el rechazo del sexismo entendido como ¿qué es eso de que las niñas vistan de rosa y los nenes de azul? Todo eso con el trasfondo de la Bovary y con Irma la dulce de por medio.

Son tantos los acontecimientos extraños en una historia que se quiere normal (cartas de Tarot, personajes que entregan brújulas, sueños premonitorios y escándalo de revista del corazón incluido), que no resulta creíble por ningún lado. De lo cual se deduce que una parte, quizás substancial, sea cierta porque la realidad siempre supera a la ficción. Pero eso en una novela es indiferente porque a las obras de ficción no se les pide que sean verdaderas sino creíbles, que es otra cosa.

La historia se mueve en la experiencia de la nueva madre para con su hija (muy científica, con todo lo de la oxitocina, la incontinencia urinaria post-parto y los consejos de las guías para ser padres) a la que llaman "nena", que para un bebé resulta bastante cutre aunque, dentro de las ideas que se reflejan en la novela, resulta conmovedor que le hayan conservado el género femenino. De por medio se muere la abuela (que es un dramón no por la pérdida de una persona sino por el aparato hospitalario) y así aprendemos algo más de ciencia médica. Teóricamente se podría ver un hilo conductor, una secuencia de generaciones, pero todo está demasiado deslavazado. De su pasado Eva Agulló (la protagonista) su herencia de acomplejada (gorda, incapaz y fracasada).

Este libro se alza como testimonio de una sociedad que se disuelve, que no sabe de donde viene ni tiene previsto ir a ninguna parte. Refleja, no por arte, sino por saturación, lo que está pasando. Queda, eso sí, el amor que tiene por su hija. Reducirlo al efecto Bambi, complejos freudianos o subidas hormonales es algo que no parte de la experiencia sino de los libros. Y una buena novela debe partir de la vida para que la historia inventada sea verdadera.

Por cierto, respecto al nombre de la niña, Amanda, no es gerundivo dativo como dice la protagonista filóloga, sino nominativo o, en el peor de los casos, ablativo. Cabría un vocativo si la admiración nos deja transpuestos.

David Amado Fernández (forumlibertas.com)