Casada a la fuerza

Historia real de Leila, una joven francesa hija de padres marroquíes. Rebelde; en toda su infancia y adolescencia no ha hecho más que estudiar y cuidar de sus once hermanos. A los diez y siete años sus padres deciden casarla con un marroquí que la supera ampliamente en edad y al que élla no conoce. Esa boda forzada llevará a la joven a la desesperación y casi a la muerte. Escrito en colaboración con la periodista Marie-Thérèse Cuny.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2005 Martínez Roca
256
2007 Editorial Planeta
256
978-84-270-3280
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En pleno siglo XXI y en ciudades tan cosmopolitas como París, aún se dan casos de prácticas tan ancestrales como el matrimonio de conveniencia. Leila sólo tenía veinte años cuando le presentaron a su futuro esposo, un hombre que prácticamente le doblaba la edad y al que jamás había visto. Francesa de nacimiento pero de profundas raíces musulmanas, esta joven tuvo que someterse a su tradición y obedecer en silencio unas leyes no escritas que apenas entendía. Atrapada entre dos culturas, Leila vio como su vida, poco a poco, se convertía en un infierno. Recibía palizas, insultos, humillaciones y vejaciones de su padre, su madre, sus hermanos y, después, de su marido y su suegra. Todo eran órdenes y no obedecer significaba una paliza segura. La familia de Leila proviene de Marruecos, un país donde impera el patriarcado y la mujer ha de ser sumisa para no manchar el honor de la familia. Tiene que casarse con el hombre que elijan sus padres y, por supuesto, nunca hacer enfadar al marido si no quiere ser repudiada, un horrible pecado según el Corán. Casada a la fuerza es ya un bestseller en Francia. Contiene el testimonio conmovedor de una mujer valiente que ha luchado por recuperar su libertad y su dignidad. Sus palabras denuncian el horror que padecen millones de mujeres, también en Occidente.

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Leila es una joven francesa de padres marroquíes. Son doce hermanos: Diez varones, Leila y Sirinne, la última. Leila es muy buena estudiante, pero desde su infancia ha tenido que ayudar a su madre a cuidar de los hombres de la casa. Nada le está permitido: no puede entretenerse en la calle, ni tampoco ir al cine, fumar o tratar con chicos. No es que los chicos le atraigan, ya tiene demasiados en casa, pero la obsesión de los padres por su virginidad hace que tenga prohibido tratar con ninguno hasta el día de su boda. Si lo hace será a escondidas o en el círculo familiar. Leila se da cuenta de que las jóvenes francesas no llevan la misma vida que ella, incluso algunas chicas cuyos padres también son norteafricanos, pero los suyos conservan las tradiciones marroquíes y las han trasladado a Francia. Su padre no es un mal hombre y Leila lo hace constar así. Muy trabajador, ha sacado a sus doce hijos adelante. Pero cree en el miedo y en las palizas como medio para educar a sus hijos y sobre todo a su hija. Leila se rebela y eso no contribuye a mejorar las cosas; está acostumbrada a los golpes y ya se ha escapado de casa dos veces; no obstante, consideraría deshonroso contar en la escuela sus problemas familiares, por eso las palizas son caídas y sus accesos de desesperación se interpretan como rebeldía o depresión. Leila se da cuenta de que tendrá que abandonar los estudios y buscarse un trabajo si desea algo de independencia. Pero sus padres tienen otros planes. En un viaje a Marruecos, cuando la joven tiene diez y siete años, buscan un marido para ella. Es un hombre que la dobla en edad y que desea conseguir los papeles para residir en Francia. Cuando la joven se entera ya todo está arreglado. Leila no se lo puede creer; que ella, una muchacha francesa, tenga que casarse en Marruecos, con un hombre al que no conoce y mediante una boda concertada por sus padres es algo que jamás pudo imaginar. Pero carece de resortes para oponerse. La boda religiosa se celebra en Marruecos y la civil en Francia. Moussa, que así se llama el marido, lleva a su madre a vivir con ellos. Se instalan en el pequeño apartamento que Leila paga con su trabajo. Mientras Moussa no trabaje percibirá una pequeña renta del Estado francés, pero la envía íntegramente a su país. No busca trabajo y se dedica a leer el Coran, algo que en Marruecos no hacía pero que satisface enormemente a su madre. Las relaciones entre nuera y suegra son horribles. Como esposa de su hijo ésta piensa que Leila tiene que estar a su servicio. Pero la joven se marcha cada día a trabajar, mientras los otros dos se quedan en casa durmiendo. Incluso cuando nace un hijo, Ryad, se toma la decisión de que lo atienda la abuela materna. Leila pasa de la furia extrema a la más honda desesperación. Finalmente concibe un plan: la única forma de conseguir el divorcio es que Moussa la dé una paliza que haga intervenir a la policía. Y así lo hace. Le provoca verbalmente hasta que su marido le da una paliza brutal que le causa lesiones. Todavía al día siguiente los padres de Leila convencen a la joven para que retire la denuncia, pero el Juez se niega. Ha habido lesiones y decide continuar de oficio. Llega el divorcio; la suegra vuelve a Marruecos, donde tiene a su marido y al resto de la familia, y Moussa consigue un trabajo en algún lugar de Francia. No volverá a ponerse en contacto con Leila ni con su hijo. Ella está hundida, pero el milagro del hijo que crece a su lado consigue devolverle las fuerzas. Incluso sus padres reconocen ahora que aquella boda concertada no fue tan buena idea. Leila los quiere y ahora ellos la respetan; sin embargo no entienden porqué lo que da buen resultado en Marruecos puede no darlo en Francia. El libro se lee muy bien y plantea interesantes problemas psicológicos sobre la relación entre padres e hija, la dificultad de sincerarse fuera del círculo familiar y sobre la situación de la mujer. Hay que señalar cómo el libertinaje que impera en cierta juventud europea, y que escandaliza a la propia Leila, hace que los marroquíes en Europa piensen que hacen muy bien en negar cualquier libertad a sus hijas, y así se cierre el círculo de los despropósitos.