El pasado viernes 11 de diciembre, asistí al fallo de la 69ª edición del Premio Adonáis de Poesía, en el salón de actos de la Biblioteca Nacional en Madrid. Llevo muchos años acudiendo a esta cita, en la que resulta muy grato saludar a los miembros del jurado y ser testigo de la ilusión de los finalistas, que suelen acudir al evento acompañados por parientes o amigos. Como novedad, este año se ha contado con la presencia del escritor  Carlos Murciano, que fue accésit del premio Adonáis de 1954, que ganó José Ángel Valente, y que, tras unas palabras en las que recordó lo que supuso para él aquel hecho, recitó de memoria un par de poemas del libro premiado hace sesenta y un años.

Los finalistas de esta edición del Adonáis han sido seis y estaban todos presentes, excepto la ganadora de uno de los dos accésits. Se entregó un diploma a los tres autores que no fueron premiados, que leyeron uno o dos poemas de la obra presentada. Después, el poeta sevillano Carmelo Guillén Acosta,  presidente del jurado y director de la colección Adonáis de poesía, procedió a la lectura del acta que certifica el fallo del jurado. El ganador de uno de los accésit recitó un poema con gran soltura, el poeta murciano y miembro del jurado Eloy Sánchez Rosillo leyó dos de la obra que obtuvo el otro accésit y después subió al estrado Rodrigo Sancho, que ha sido el ganador de esta edición del premio, para recibir la estatuilla del escultor Venancio Blanco, que se entrega al autor laureado, y leer también unos poemas de su libro.

                Un acto breve y digno, con más asistencia de público que en años anteriores. El Adonáis es el decano de los premios de poesía en España y el que, desde 1946, ha ido marcando la trayectoria de los poetas jóvenes, muchos de los cuales, con el paso de los años, han consolidado su obra y  han merecido figurar entre los más destacados autores de la segunda mitad del siglo pasado y de los comienzos del presente.

                Hay poetas, buenos poetas, sin embargo, se lee poca poesía. Conozco a grandes lectores, personas cultas que, sin embargo, parece que ante la poesía se asustan. Sin embargo, mi experiencia es que la lectura de un buen poema nos transforma, nos eleva, nos revela algo casi inexpresable sobre las grandes cuestiones que a todos nos afectan: Dios, el amor, el paso del tiempo, el dolor, la muerte… Hay que atreverse, lean, por ejemplo, La sentencia, libro póstumo del poeta y periodista Santiago Castelo, que acaba de editar Visor, premiado con el prestigioso Premio Jaime Gil de Biedma o Quién lo diría de Eloy Sánchez Rosillo (Tusquets).

Luis Ramoneda