En los tiempos que corren y en las vicisitudes actuales, verdaderamente preocupantes desde el punto de vista económico, quizá haya un buen número de personas que se habrán arrepentido de no ahorrar. El mundo nuestro, la sociedad occidental, se ha dado con frecuencia al lujo y al gasto alocado, por caprichos, por buscar el descanso, a veces por las apariencias. Es verdad que el primer mal ejemplo nos lo dan los políticos, que, por mantener contentos a sus votantes, gastan lo que no tienen.
Y a nosotros nos ha parecido que tampoco pasa nada por estar, como el Estado, con unas deudas que como mínimo reconcomen por dentro de nosotros advirtiendo que, quizá, nos hemos pasado. Es evidente que el Estado se ha pasado, y con la que está cayendo, tendrá que acudir a ayudas externas, con lo que tiene de dependencia.
Hace cuarenta o cincuenta años en las familias de nivel medio y más bien pobres había una cierta preocupación por ahorrar. Las Cajas de Ahorro, que ya no existen, estaban para facilitarlo, y quien más quien menos tenía su cartilla donde figuraban los ahorrillos, a veces mínimos, pero siempre ilusionantes. Función que también tenían las huchas. Ahora se piden préstamos -especialmente la hipoteca para una casa buena- y en el banco ya no solo no tenemos un pequeño capital, sino que tenemos deudas.
Algunos han visto las cosas de otra manera. Natalia Ginzburg, en un libro célebre, decía: “No deberíamos enseñar a ahorrar; deberíamos acostumbrar a gastar. Deberíamos darles a menudo a los niños algo de dinero, pequeñas sumas sin importancia, estimulándolos a gastarlas de inmediato y como más les guste, siguiendo un súbito capricho. Los niños comprarán alguna chuchería, que olvidarán enseguida, como olvidarán enseguida el dinero gastado tan deprisa y sin reflexionar, y al cual no se han aficionado” (p. 150). Parece que dice lo contrario a la importancia del ahorro, pero en realidad es un planteamiento educativo que tiene sentido, conseguir un cierto desapego en los pequeños.
También hay una opinión dudosa en “El camino” de Delibes: “Fue el cochino afán del ahorro lo que agrió su carácter. El ahorro, cuando se hace a costa de una necesidad insatisfecha, ocasiona en los hombres acritud y encono. Así le sucedió al quesero. Cualquier gasto menudo o el menor desembolso superfluo le producían un disgusto exagerado. Quería ahorrar, tenía que ahorrar por encima de todo, para que Daniel, el Mochuelo, se hiciera hombre en la ciudad, para que progresase y no fuera como él, un pobre quesero”.
Así que, como en tantas otras virtudes, hay que conseguir el punto medio. Si sentirse un avaro, todo el día pensando en el dinero y sin disfrutar de nada en la vida, pero teniendo la prudencia de, al menos, no deber. Y, por si las circunstancias se ponen adversas, tener una ayuda ahorrada. Eso supone un pequeño esfuerzo habitual de ahorrar. Algunos tienen en la cabeza la posibilidad de un viaje a Tierra Santa, por ejemplo. Un anhelo. Y quizá no queda más remedio que hacer hucha de poquedades para conseguir ese deseo en un año o dos.
Y la vida nos enseña que, ante todo, hay que procurar no deber. Que luego pasa lo que les puede pasar a mucha gente en los próximos tiempos.
Ángel Cabrero Ugarte
Miguel Delibes, El camino, Austral 2010
Natalia Ginzburg, Las pequeñas virtudes, El Acantilado 2002