Alabanzas y agradecimientos a Dios

 

Recientemente rezábamos en el salmo de la misa “Alabad al Señor, que la música es buena”, y ciertamente tenemos miles de motivos para alabarle y darle gracias por tantos dones como nos concede. “Nuestro Dios merece una alabanza armoniosa”.

No hace mucho dirigíamos nuestra oración de petición a Dios, con confianza, pidiéndole agua. La sequía de los últimos meses era preocupante y, lo mismo que en los tiempos antiguos había rogativas, procesiones populares confiando en el Señor, en los meses últimos del año pasado se levantaron voces en las iglesias pidiendo a Dios este elemento tan esencial para la vida del hombre. Y el agua ha venido. En grandes cantidades. La cantidad de nieve caída es la mejor solución a medio y largo plazo. La nieve se deshace lentamente llenando las fauces de la tierra, y luego sale, poco a poco por todo tipo de manantiales y fuentes.

Por lo tanto, nuestra actitud es ahora la acción de gracias, con esa confianza que nos da saber que Dios es nuestro padre. En contraste con esta actitud tan natural me sucedió hace unos pocos días una anécdota para mí insólita. Estaba impartiendo una sesión presencial inicial de un curso online para futuros profesores de Religión. A los alumnos de este tipo de curso los vemos en esa sesión primera y luego, después de meses, en el examen.

Estábamos hablando de sacramentos y, no sé a cuento de qué, salió la importancia de la misa dominical. Una de las alumnas, que destacaba entre los demás por la edad, ya más mayor que el resto, nos dijo, allí en el aula, en público, que le costaba ir todos los domingos a misa y que cuando iban, ella y sus hijos, no comulgaban porque eran conscientes de falta grave por sus ausencias anteriores. Como no comulgaban, perdían el interés por asistir y faltaban cada vez más. En los tiempos que corren, que esa mujer fuera consciente de pecado grave me pareció laudable. Pero yo le insinué que para eso estaba la confesión.

Me miró como si no supiera bien a qué me refería. Insistí en que no es tan difícil confesarse, cuando se es consciente de pecado. Pero no solo no lo veía claro si no que terminó diciendo que “es una pena que faltar a misa los domingos sea pecado”. Me quedé de una pieza. El desconocimiento de lo que significa la moral para los cristianos se manifestaba inmenso. Además, a pesar de que parecía que tenía cierta formación, estaba dejando claro que no entendía nada de lo que era el sacrificio eucarístico, de lo que era el domingo, día del Señor, de la importancia de alabar a Dios. Profesora de Primaria.

El otro día me contaba un amigo lo que le había dicho a él un tercero. Se va a casar dentro de unos meses. Su novia se ha venido a Madrid porque ha conseguido trabajo aquí. Y han hecho todo para tener dos apartamentos distintos para vivir ellos hasta que se casen. Esto hoy es manifestación de ideas muy claras. Pero le contó que habían tenido que inventar una historia a sus futuros suegros para que no se enteraran de que iban a vivir separados estos meses. ¡No lo entenderían! le dijo. Ver para creer. Son los padres los que no entienden que los hijos hagan las cosas como Dios manda. ¡Y el yerno tiene que disimular…!

Así están las cosas en nuestra sociedad. Cuentan las modas, lo que hacen todos, pero cuenta poco la Ley de Dios, que es la enseñanza del Creador para que vivamos bien. En fin, todavía hay mucha gente que va todos los domingos a misa, que confiesa con frecuencia y que se prepara de maravilla para el matrimonio.

Ángel Cabrero Ugarte

George Steiner, Nostalgia del Absoluto, Siruela 2011