Antropología cristiana

 

Hace muchos años leí un magnífico trabajo de Ricardo Yepes Stock un filósofo del siglo XX que nos dejó en un accidente de montaña cuando estaba escribiendo en temas relacionados con la antropología filosófica. El trabajo era una breve historia de la filosofía que terminaba augurando que la filosofía recuperaría su posición en la sociedad y en el desarrollo del mundo, si reencontraba el sentido de la persona humana.

En efecto, es claro que necesitamos una mejor comprensión de la naturaleza humana y, sobre todo, de la dignidad del hombre como imagen y semejanza de Dios y, por tanto, dotado de una gran dignidad; la de ser verdaderamente hijos de Dios. Ser persona es ser y saberse un hijo de Dios que ha recibido el encargo divino de llevar la obra de la creación a su entero cumplimiento y a construir con los demás hombres una sociedad humana, cristiana y solidaria.

Para poder vivir y comportarse como persona, sujeto de derechos y obligaciones el hombre ha sido dotado de un don inmenso de Dios; el don de la libertad. No solo de la libertad de elección, es decir ser capaz de autodirigirse al bien y, por tanto, escoger entre  el sí y no, blanco y negro, bien y mal, esto o aquello. Es decir, actuar en conciencia y a conciencia.

Sobre todo, la libertad para san Josemaría Escrivá de Balaguer estribaba en la energía de la libertad, es decir “querer querer”. Poner la energía de la libertad significa poner en juego la vida para dar gloria a Dios, por amar a Dios y a los demás. Se trata de jugarse la vida por Jesucristo y amarle con toda el alma.

San Josemaría subrayaba la importancia de la libertad pues precisamente con ella podemos dar gloria a Dios más que todos los astros del universo, pues un acto libre de amor del hombre da más gloria a dios que las leyes inexorables de la naturaleza creada. Se entiende que afirmara que “la medida del amor a Dios es amarle sin medida”. Podemos amar más y arrepentirnos y acudir a la misericordia de Dios y ser perdonados.

Cuando falleció san Josemaría se encontró entre sus papeles un sobre que decía: “textos del evangelio repetidamente meditados”. En efecto la antropología teológica la encontró san Josemaría meditando la Escritura como un personaje más. A base de entrar en ella conoció a Jesucristo, a su Madre santísima, a los apóstoles y a las santas mujeres y aprendió a amar, a rectificar, a preocuparse por los demás, a trabajar y a sonreír pues Dios quiere que sonriamos.

De la misma manera, si se lee detenidamente sus cartas, sus homilías y sus meditaciones se descubren muchos textos de los padres de la Iglesia y del magisterio que podrían publicarse bajo el lema de “textos de la Tradición repetidamente meditados”.

Que el Opus Dei nunca tendrá una escuela teológica propia es algo tan sencillo como entender que las escuelas teológicas desaparecieron después del concilio Vaticano II. San Juan Pablo II y Benedicto XVI nos han enseñado a hacer teología buscando profundizar en los misterios de la fe revelada sin espíritu de cuerpo, en un clima de comunión con todas las instituciones de la Iglesia. Ha desaparecido el “magister dixit”, pues las bases son san Agustín y santo Tomás.

José Carlos Martín de la Hoz