La amable invitación de Juan Manuel de Prada a participar
en su programa de Intereconomía televisión "Lágrimas sobre la lluvia",
enmarcado en el tema del Apocalipsis, me ha dado tema para estas líneas. Volver
a ver "El último sello" (1957) de Ingmar
Bergman, siempre es una delicia. Aunque
han pasado muchos años desde su estreno, la cinta no pierde vigencia.


La película tiene una intencionalidad y un modo
anacrónico de hacer historia; junto a un enmarque de lujo, con gran fuerza
descriptiva, los diálogos de algunos personajes muestran el pensamiento
moderno, no el del medievo. De todas
formas, la película hace pensar.


Efectivamente la peste negra que asoló Europa, unida al
fracaso de las cruzadas, desencadenó un momento de hondo pesar y de intenso miedo. Son muchos los temas que
plantea el director sueco en la película: el problema del mal en el mundo, la
necesidad de la penitencia y de la reparación por los pecados, las vidas
cristianas sin formación profunda, la ausencia de espiritualidad, el mal
ejemplo del clero, las pasiones humanas, la verdad o la falsedad de la brujería…


La solución al dilema planteado por la película es la
oración personal; el trato de intimidad con Dios mediante los Sacramentos y las
buenas obras. Sin oración personal no se entiende nada, sólo hay la nada. En la caridad,
amistad con Dios y con los demás están las respuestas divinas. Como decía
Benedicto XVI el día de Navidad: la verdad no es una fórmula matemática, es
amor. En ese sentido llama la atención que no aparezca la oración personal de
ningún personaje.


En cualquier caso el Apocalipsis es un libro divinamente
inspirado, atribuido desde el principio al Apóstol Juan. En él se muestra que
la gran revelación de Dios sobre Cristo y la Iglesia. Como todos los
libros sagrados debe ser leído en el conjunto y en la Tradición. Y
de modo personal: "Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de
esta profecía y observan su contenido, porque el tiempo está cerca" (Apoc 1,
3). Lo verán todos: "Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es,
el que era y el que viene, el Omnipotente"(Apoc 1, 7).


En él hay dos partes claramente diferenciadas: En primer
lugar, las cartas a las siete iglesias (Ap 1,4-3,22), en donde se suman los
errores del momento que deben ser rectificados: el enfriamiento de la primitiva
caridad, el pecado de los cristianos, las persecuciones y las herejías, con
elementos perennes: vivir para Dios, buscar la santidad de vida. La segunda
parte son las visiones escatológicas de lo que acaecerá al final de los tiempos
(4,1-22,15): Dios en su gloria y desde allí dirige los destinos del mundo y de la Iglesia. Las
persecuciones finales y la salvación: Dios, justo y veraz (Ap 21,7), su poder
creador y su amor infinito le llevarán a Dios a restaurarlo todo (Ap 21,5);
juez universal e inapelable (Ap 1,7) vencerá al mal definitivamente. Cristo
Redentor mediante su muerte en la cruz (Ap. 1,7); La Lucha contra Satanás se
produce en la historia (Ap 20,7). La finalidad: prevenir de las pruebas, de los
peligros para la fe; consolar en la persecución y mantener la esperanza.



José Carlos Martín de la Hoz