Cuando todavía tenemos en la retina la imagen de más de un millón de jóvenes asistiendo al Jubileo de la Juventud en Roma, recordamos cómo Rodríguez-Borlado, redactor jefe de la revista Aceprensa, había publicado un artículo sobre El sorprendente aumento de la religiosidad entre los jóvenes (Aceprensa, junio 2025).
El autor ofrece datos sobre el Reino Unido, Francia, España, Finlandia y los Estados Unidos, pero no nos interesan ahora los porcentajes sino las causas de ese fenómeno. Habría que comenzar por preguntarse por la situación previa: ¿Cuáles habían sido los motivos del descenso de la religiosidad entre los jóvenes? Sin pretender ser exhaustivo voy a mencionar cuatro causas: a) El desarrollo económico y el llamado estado del bienestar, b) El cientifismo, c) El relativismo filosófico, y d) La atonía eclesiástica.
A) En Occidente, el desarrollo económico y su consecuencia el llamado estado del bienestar, habían hecho pensar a hombres y mujeres que no dependían de nadie para vivir bien. Los ídolos de la economía y la política operaban para ellos como una providencia sustitutiva.
B) La opinión mayoritaria era que la ciencia podía explicarlo todo y que si todavía existía algún misterio en la naturaleza, el desarrollo de los medios técnicos iba a desvelarlo. Por otra parte, el experimentalismo científico solo admitía verdades comprobables, lo cual dejaba al margen el mundo del espíritu.
C) Sobre el relativismo filosófico, hay que decir que se estaba dando prioridad a la subjetivsmo, por lo que cada cual podía afirmar o negar lo que le dictara su pensamiento sin necesidad de admitir verdades objetivas, y esto se aplicaba tanto a las creencias religiosas como a las normas morales.
D) Por último, sobre la atonía eclesiástica hablaba el papa Francisco cuando pedía una Iglesia en salida, activa, no instalada. Desde san Juan Pablo II, los pontífices han sido los que han salido en busca de los hombres, las mujeres y los jóvenes.
Hoy sabemos que la sociedad del bienestar no proporciona la felicidad, sino que parece alejarla de nosotros: "La felicidad son momentos" -se lamentan nuestros contemporáneos. Por otra parte, una filosofía centrada en el hombre ha comprobado cómo ni la economía, ni la ciencia o la técnica son capaces de llenar esa exigencia interior a la que llamamos felicidad. Podemos hincharnos de ansiolíticos y de antidepresivos, consumir sexo y drogas, viajar compulsivamente o coleccionar todo tipo de artilugios, que el dolor se mantiene y la pregunta sobre el sentido de la vida sigue ahí. Solo existen dos opciones: Admitir que la vida es una pasión inutil -como defendía el existencialismo- o aceptar que existe una dimensión espiritual capaz de explicar al hombre en su integridad.
El profesor Rodrígez-Borlado suscribe la explicación de "la religión como salvavidas ante el caos". Afirma que se trata de "una reacción espontánea ante la sensación de caos e incertidumbre que caracteriza la vida moderna, [ya que] la religión ofrece un sentimiento de perdurabilidad y estabilidad que los jóvenes añoran (...), un agarradero, (...) una respuesta -concluye- ante la alienación que provoca la evolución vertiginosa del mundo moderno".
Juan Ignacio Encabo Balbín