El pasado 27 de enero, se cumplieron setenta y cinco años de la liberación del campo de concentración nazi de Auschwitz, cuyo nombre ha quedado como uno de los símbolos de la presencia del mal en el mundo. Sobre el Holocausto y las atrocidades cometidas por los nazis, se ha escrito mucho, pero resultan especialmente dramáticos y merecedores de atención los testimonios –abundantes también– de los supervivientes. Algunos son bastante conocidos, como el Diario de Ana Frank (Plaza & Janés), Si esto es un hombre (Muchnik) de Primo Levi, El hombre en busca de sentido (Herder) del psiquiatra austríaco Víktor Frankl, El poder cambia de manos (Destino) del premio Nobel polaco Czeslaw Milosz, Sin destino (Plaza & Janés) del premio Nobel húngaro Irme Kertesz, La escritura o la vida (Tusquets) de Jorge Semprún, Suite francesa (Salamandra) de Irene Némirovski o Historia de un estado clandestino de Jan Karski.

Hay otros textos, menos conocidos probablemente, pero no menos interesantes, por ejemplo: Desviación (Seix Barral) de Luce D’Eramo, Mi corazón herido (la vida de Lilli Jahn: 1900-1944) (Taurus) de Martin Doerry, sobre su madre; La gorra o el precio de la vida (Galaxia Gutenberg), de Roman Frister, uno de los testimonios más duros y no exento de cinismo; El humo de Birkenau (Acantilado), testimonio sobre el lager de mujeres, anejo a Auschwitz, de la italiana Liana Millu, Esta niña debe vivir (Galaxia Gutenberg) de Helene Holzman, El pianista del gueto de Varsovia de Wladyslaw Szpilman (Turpial & Amaranto), Vida con estrella y Mendelssohn en el tejado  (Impedimenta) del checo Jiri Weil, El pasajero (Sexto piso) de Ulrich A. Boschwitz...

Otros libros son fruto de la investigación y aportan interesantes datos y matices, como LTJ: la lengua del tercer Reich (Minúscula) del filólogo alemán Viktor Klemperer, Las voces olvidadas del holocausto (Galaxia Gutenberg) de Lyn Smith, Cristianos contra Hitler (Libros libres) de José María García Pelegrín, El corazón pensante de los barracones (Anthropos) sobre las cartas de Etty Hillesum o Sophie Scholl contra Hitler (Palabra) de José Ramón Ayllón, por poner algunos ejemplos. Mención aparte requiere Eichmann en Jerusalén (Debolsillo) de Hannah Arendt, sobre el juicio del criminal nazi, que Luis Agius ha llevado al teatro con el título de Mi nombre es Sarah (Antígona).

Se escucha a veces la pregunta, y parece comprensible planteársela, acerca de cómo Dios pudo permitir esto o las afirmaciones de personas que manifiestan que tales acontecimientos los han llevado al ateísmo. El mal será siempre un enigma, pero solo si Dios existe hay posibilidades de justicia y de redención. En caso contrario, todo sería fruto del azar y, por tanto, Hitler, Stalin o Mao caerían en el mismo saco que Maximiliano Kolbe, la madre Teresa de Calcuta o Edith Stein, por poner tres ejemplos reconocidos de heroísmo y de solidaridad con los que sufren. Etty Hillesum, víctima de Auschwitz, dejó escrito en su Diario: Dios no nos debe ninguna explicación, pero nosotros se la debemos a Él. Según las últimas noticias, todos los judíos serán deportados de Holanda a Polonia. Una emisora de radio inglesa dijo que, desde el año pasado, habían muerto 300.000 judíos en Alemania y en los países ocupados. Y. aun así, no me parece que la vida no tenga sentido. Dios tampoco nos debe una explicación por los sinsentidos que nos causamos nosotros mismos. ¡Nosotros le debemos una explicación! Y Simone Weil, en La gravedad y la gracia, afirma: Decir que el mundo no vale nada, que esta vida no vale nada, y poner como prueba el mal, es absurdo; porque, si esto no vale nada, ¿de qué nos priva entonces el mal?

Auschwitz, los Gulags soviéticos, los cuarenta y cinco millones de chinos que se calcula que fueron víctimas del maoísmo, etc., más bien muestran la realidad del pecado y de la acción del Diablo. Pero, como decía Jean Guitton, en Mi testamento filosófico, en un supuesto diálogo con De Gaulle, Espere el final de la historia. Todo está en función del más allá, porque en frase de Pascal, Jesús está en agonía hasta el fin del mundo.

Luis Ramoneda