En este sencillo y breve ensayo sobre el sentido de la providencia divina, el Académico y ensayista francés Rémi Brague (Paris 1947) se detiene en unas consideraciones muy importantes y consoladoras cuando acabamos de vivir las tragedias de la DANA de la provincia de Valencia, Málaga, y otros lugares de España donde había muchos muertos y sobre todo destrucción y desolación.
El trabajo apenas se detiene en las catástrofes naturales para si hacerlo en la providencia ordinaria de Dios que llega allá donde cualquier ser humano sufre física o moralmente. Dios y la Iglesia están siempre donde hay padecimientos y el mal.
Qué Dios es providente y se ocupa de la creación mediante la ley eterna y sus leyes aplicadas a la naturaleza y sustentando las leyes civiles y eclesiásticas es perfectamente compatible con la acción directa de la Providencia extraordinaria de Dios en sus criaturas, especialmente, en el hombre: “El único ser de la creación querido por sí mismo” (Gaudium et spes n. 24).
Brague centra su exposición de la omnipotencia divina, en cuanto Padre amoroso y sapientísimo que se adelanta a las necesidades de sus débiles hijos los hombres dotados de la fuerza de la libertad y necesitados de conformarla con la verdad (45).
Resulta de un gran interés el estudio que hace nuestro autor de la naturaleza y de las leyes de la naturaleza en el pensamiento moderno para intentar orientarlo según la filosofía tomista: “La Edad Media concebía la naturaleza como un conjunto de instrumentos, como un sistema de sentido análogo a un lenguaje que permite el libre uso de un estilo” (72-73).
Asimismo, resulta clarificador el concepto de libertad y como se conjuga con la providencia divina. Parte de la base de que “estamos en un mundo creado y creado por un Dios bueno” (80).
De ahí que su primera afirmación es que hemos de liberar la libertad (93). Según aquello de san Pablo: “liberados para ser libres” (Gal 5, 1). Por eso Tomás de Aquino hablará de la fuerza de la libertad, san Josemaría de la energía de la libertad y Edith Stein del coraje de la libertad.
Enseguida, se preguntará: “¿Dios pide algo a cambio?” (97). Para responder que no, pues Dios no pide lo que no nos de su gracia para hacerlo, de ahí que, en realidad, lo que hace es “esperar algo” (99). Y ese algo es el amor: “El amor quiere ser más amado” decía san Josemaría. Esto es la verdadera providencia de Dios: “Dios espera a que demos fruto” (100). Por eso terminará: “La providencia humana que hace al hombre dueño y causa de sus acciones está regida por la providencia divina” (105).
José Carlos Martín de la Hoz
Rémi Brague, A cada uno según sus necesidades. Pequeño tratado de economía divina, Ed. Encuentro, Madrid 2024, 166 pp.