Carlos III y la Iglesia

 

Como es bien sabido por las obras del historiador contemporáneo de la Iglesia, Francisco Martín Gilabert, el anticlericalismo español del siglo XIX tuvo un auge y un desarrollo tan intenso y completo que, verdaderamente, puede convertirse en uno de los antecedentes más claros de la extremada violencia contra la religión católica y sus ministros que se desarrolló en la Guerra civil española. Un hecho solo comparable a las barbaridades cometidas durante el desarrollo y diseño general de la revolución francesa o la extinción de la Iglesia caótica durante la revolución comunista de 1917. Esteo ha sido demostrado hasta la saciedad en los procesos de beatificación por martirios en la persecución religiosa en España durante la Segunda República y la guerra civil, que se están llevando a cabo en las diócesis españolas

Los liberales del siglo XIX, tanto conservadores como progresistas, llevaron al extremo lo que el rey Carlos III había comenzado a aplicar a lo largo de su largo e intenso gobierno hiper regalista en España, auténtico despotismo ilustrado, pues, aunque muchas de las medidas que se tomaron en su tiempo contra la Iglesia y los sacerdotes se achacaron a las órdenes de sus ministros, en realidad eran ideas que rondaban por la cabeza del monarca, un hombre extremadamente piadoso y favorecedor de la moral y la doctrina de la Iglesia Católica.

Efectivamente, todos los confesores, así como, los íntimos y más allegados al rey y a su entorno familiar, reconocen que, desde su llegada a Madrid desde el reino de Nápoles, hasta su muerte, se puede constatar una perfecta continuidad en sus comportamientos externos, creencias y manifestaciones exteriores de su piedad litúrgica y práctica sacramental asidua e incluso se habla de una cierta vida de oración personal, más allá de los tiempos fuertes y devocionarios.

Lo que también se puede observar es que sus conocimientos de eclesiología y del significado profundo de la moral de la Iglesia y la importancia de sus consejos en materia de caridad y de justicia, así como de los que luego de un siglo se llamará doctrina social de la Iglesia, cuestiones que la Iglesia ha vivido desde la antigüedad: las obras de caridad y de misericordia, la ayuda a los enfermos, pobres, ancianos o huérfanos, la educación de la juventud, la búsqueda de los bienes más altos y el sentido responsable de la economía.

Carlos III presento una rigidez extrema en el tema de las regalías y en sus relaciones con el Santo Padre y la Curia Vaticana, mostrándose excesivamente celoso de sus derechos en temas de presentación de obispos, patronatos de Indias, el Placet para las indicaciones de la Santa Sede, como por ejemplo revisar las actas de un Sínodo provincial, o para comprobar si se estaba enviando a Roma o a la iglesia local un beneficio o canonjía, en definitiva, algo que pudiera pertenecer a sus regalías. Incluso llegó a cercenar el derecho de los párrocos y de los obispos a seleccionar a los seminaristas y, por tanto, la vida de los seminarios.

José Carlos Martín de la Hoz

Francisco Martí Gilabert, Carlos III y la política religiosa, ediciones Rialp, Madrid 2004, 195 pp.