Chéjov y la ética pública

"Creo en los individuos, veo la salvación en unas pocas personas esparcidas por todos los rincones de Rusia -sean intelectuales o campesinos-, en ellos está la fuerza, aunque sean pocos" -así escribía Anton P.Chejov (1860-1904) en 1899. En aquellos momentos Rusia estaba gobernada por el zar Nicolás II, que años más tarde sería desplazado del trono imperial por la revolución. El libro Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores reúne una serie de citas del autor tomadas de su correspondencia; los consejos literarios son valiosos, pero me interesa más la visión de la ética pública que ponen de relieve.

Anton Chéjov era de origen campesino y ejerció como médico en el medio rural; de hecho se contagió de tuberculosis en el trato con sus enfermos, lo que le produjo una muerte prematura. Gran parte de sus ingresos los había dedicado a construir escuelas y en dar a comer a los huérfanos; en consecuencia, estaba cualificado para distanciarse de la intelligentsia urbana de su época -los creadores de opinión-, a los cuales acusaba de una completa ruina moral: "No creo en vuestra intelligentsia que es hipócrita, falsa, histérica, maleducada y ociosa" (pág.90). "El intelectual -escribe- no ama sino a las personas más remotas, la suerte del negro en un país lejano le produce sufrimientos morales más intensos que las desventuras de su vecino o las tribulaciones de su mujer" (citado por Nabokov, pág.19).

Si me interesan las palabras del autor ruso es por el paralelismo con la situación moral y cultural de hoy en día: "Hombres capaces de soñar, pero no de gobernar. Arruinaron sus propias vidas y las de los demás; eran insensatos, débiles, fútiles, histericos" (de nuevo en Nabokov). "Carecemos de convicciones políticas, no creemos en la revolución, no tenemos Dios pero tememos a los fantasmas" (pág.20). "Cuando algo no nos va bien buscamos las causas fuera de nosotros y las encontramos enseguida: los franceses, los judíos, [el kaiser] Guillermo, el capital, los espantajos, los masones, el sindicato [de escritores], los jesuitas, son fantasmas pero alivian nuestra inquietud" (pág.21).

Para Chéjov, los principios que deben guiar a un hombre o  mujer fuerte y coherente son verdad, honradez y justicia. El autor ruso rechazaba y hubiera rechazado también hoy los populismos basados en promesas vacías: "Ningún futuro radiante, ningún amor por el futuro pueden justificar una mentira" -escribe (pág.20). Pronto Rusia se vería invadida por el peor de los populismos: un régimen soviético que prometía libertad y bienestar y desembocaría en un gobierno autoritario y cruel. Hoy podríamos pensar en tantas ideologías -de derechas, izquierdas o nacionalistas- que han conducido a los países a una polarización extrema, basándose en promesas mentirosas. Por el contrario, Chéjov insiste en la importancia, en las situaciones difíciles, de mejorar las relaciones humanas a través del respeto y la amistad entre quienes piensan de distinta manera o representan distintas tendencias (pág.98).

El autor rechaza los medios de comunicación en los que prevalece el pensamiento único: "En las revistas -escribía en 1888- reina una atmósfera tediosa, de club, de partido. Se ahoga uno" (pág.21); y a su hermano Alekxandr que había comenzado a colaborar en una de ellas le aconseja que mantenga su independencia: "Decir ¡esto no me gusta! -le recomienda-, basta para defender la propia independencia" (pág.22). Si trasladamos esta actitud a nuestros días, estaremos de acuerdo con que vemos o escuchamos en los medios y en los argumentarios gran número de opiniones que no tienen un pase, sin que nadie alce la voz para denunciar el absurdo. La libertad para Chéjov no es, como se pretende hoy, la posibilidad de hacer lo que plazca o de atacar a quien piensa distinto, sino una libertad moral: "Libertad de la violencia, de los prejuicios, de la ignorancia, del diablo, libertad de las pasiones" (pág.46).

El escritor, en fin, cree en la reforma personal y en la eficacia del trabajo callado que beneficia a la sociedad; podemos pensar en el ejercicio de la medicina, pero también en el periodismo, la ingeniería o el trabajo de la policía; en cualquier profesión ejercida seriamente, como ladrillos que hacen posible la construcción del edificio social. "Chéjov -escribe Pietro Brunello en la Introducción- sentía el absurdo contraste entre las palabras que se dicen y la vida que se lleva" (pág.17). "Una incapacidad -insiste Nabokov- casi ridícula para transformar en actos los propios ideales y los propios principios; un hombre dedicado al bienestar del universo, pero incapaz de hacer ninguna mejora en su vida privada; (...) un hombre bueno que no sabe hacer el bien" (pág.19).

Chéjov, Anton P., Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores, Alba editorial, 2002.

Juan Ignacio Encabo.