Cierta y desconocida: la muerte

 

Por cierta, nos acucia. Necesitamos saber cómo se produce, las circunstancia, la forma en la que reacciona nuestro organismo. Nos interesa la ciencia médica porque si sabemos y en la medida que sabemos, tal vez podamos evitar o retrasar nuestra propia muerte o la de otros.

De ahí el triunfo de series médicas en la televisión; de novelas, después películas, en las que se narra cómo un científico, ascendido a héroe, es capaz de salvar a la humanidad de una epidemia, o de una muerte cierta causada por un virus real o imaginario preveniente del pasado o del futuro…

Lo que late en el fondo es un rayo de esperanza, un deseo de mantener la vida. La vida propia y la ajena. La vida tiene un valor. Los lectores y los espectadores deseamos que el héroe, el científico, lo consiga porque la vida de los inocentes, sometidos al drama de la epidemia o del desastre nuclear, es un bien y su muerte un mal cierto.

De la lucha por la supervivencia colectiva ante las agresiones de la naturaleza hemos leído y visto mucho; también ante la invasión del planeta. Ray Bradbury (Illinois 1920- California 2012) debe su éxito literario tanto a la supervivencia humana en el planeta Tierra como a la conquista de Marte. No es el único: la Guerra de la Galaxias de George Lucas, por ejemplo.

La humanidad, en su conjunto o en subgrupos, ha tenido que luchar por su supervivencia y esa lucha por la vida constituye el argumento de las epopeyas. Porque la vida y supervivencia del héroe y de sus compañeros cuando es posible, es un símbolo del valor que se atribuye a la vida frente a la muerte que al final, recibe el castigo de la derrota.

La supervivencia individual ante todo tipo de adversidad ha pasado a centralizar el argumento de la literatura en los últimos siglos. ¿Qué es sino Oliver Twist de Charles Dickens, Verde Agua de Marisa Madieri, Correr para vivir de Lopez Lomong, Entre tonos de gris de Ruta Sepetys, Llanto por la tierra amada de Alan Paton, Katrina de Sally Salminente…?

La angustia de una muerte cierta, como en el caso del soldado que va a tomar parte en la batalla, del enfermo desahuciado, de la madre a la que le llega la hora del parto, constituyen también la tensión argumental en muchas novelas y películas.

Podemos aceptar la muerte o negarnos a ello.

Podemos ocultar ese hecho inminente a los otros para obtener un beneficio o para intentar hacérselo más llevadero: el derecho a saber del paciente, las novelas policíacas que descubren intereses retorcidos a la hora de ocultar o no la muerte próxima.

El género policíaco utiliza el tema de la muerte como punto de partida. Queremos conocer las circunstancias que rodearon al asesinato de una persona y los motivos del asesino, la forma de actuar para asesinar. Porque en el fondo, si sabemos podríamos evitar otras muertes, o la propia muerte a mano de quienes buscan nuestra desaparición. En el fondo del género policíaco también se atribuye un valor positivo a la vida, independientemente de que el sujeto asesinado fuese despreciable.

Si no se acepta la muerte, el desgarrón de la desaparición, la nada sin término, resulta, el punto más álgido de la tensión argumental, la angustia.

Aun cuando no se acepta que pueda existir otra vida después del fracaso de la propia vida corporal, a la imaginación humana le es imposible asumir que el hombre inteligente desaparezca. Y entonces la imaginación humana crea mitos que superan ese temor a la nada del más allá de la frontera de la muerte: Frankenstein, los zombis, Drácula…

A pesar de verse reducido el ser humano a un esperpento, aun así, se puede dar otra clase de vida que, en el caso de Drácula, podría tener su atractivo.

Y de nuevo el ser humano tiene que luchar por su supervivencia incluso con esas formas fantasmagóricas de lo que fue la vida. La lucha contra los hombres lobo, contra los vampiros, contra los zombis. No nos resignamos, colectivamente, a considerar la vida más que como tal: como valor supremo.

Por supuesto que hay defensores de la muerte, que consideran la aniquilación, la desaparición del hombre de la faz de la tierra es lo mejor que le podría ocurrir a la naturaleza. Como si el ser humano no fuese parte de la naturaleza del planeta Tierra. Y obras de literatura que reflejan esa posibilidad. Siempre ha habido y habrá seres humanos con tendencia suicidas. Pero lo que a la mayoría nos gusta comprar, leer y recrear, son esos otros libros en los que la vida es un valor al alza.

María Paz Alonso