Complicarnos la vida

 

La lectura sosegada del santo Evangelio produce siempre en el alma el deseo de ser mejores, de conocer y amar a Jesucristo y la conversión de nuestra vida mejore. Es decir, nos recuerda que hemos de meter el hombro en la sociedad globalizada. El egoísmo y la comodidad de la vida encerrada en un cómodo estuche o en una torre de marfil se escenifica en el hiper machista refrán: “mi casa, mi misa y mi María Luisa” es decir, mi casa, mi comodidad, mis gustos y aficiones, mi misa diaria o semanal para salvarme y mi María Luisa que cuidaba de mí.

Son nuestros tiempos bien distintos: los horizontes son universales, el tiempo apremia para trabajar y redistribuir los bienes para favorecer a otros, colaborar en la conservación de la casa común, la tierra, crear puestos de trabajo, establecer relaciones.

Precisamente en la homilía de san Josemaría sobre la grandeza de la vida corriente con la que se abre el volumen denominado Amigos de Dios, se refiere a la escena de la pesca milagrosa y nos dice: “Como a Nuestro Señor, a mí también me gusta mucho charlar de barcas y redes, para que todos saquemos de esas escenas evangélicas propósitos firmes y determinados. Nos cuenta San Lucas que unos pescadores lavaban y remendaban sus redes a orillas del lago de Genesaret. Jesús se acerca a aquellas naves atracadas en la ribera y se sube a una, a la de Simón. ¡Con qué naturalidad se mete el Maestro en la barca de cada uno de nosotros!: para complicarnos la vida, como se repite en tono de queja por ahí. Con vosotros y conmigo se ha cruzado el Señor en nuestro camino, para complicarnos la existencia delicadamente amorosamente”.

Complicarnos la vida, pero voluntariamente, gozosamente, pues está en juego la felicidad y la paz de muchas familias. Así continuaba el Fundador del Opus Dei: “Después de predicar desde la barca de Pedro, se dirige a los pescadores: duc in altum, et laxate retia vestra in capturam!, ¡bogad mar adentro, y echad vuestras redes! Fiados en la palabra de Cristo, obedecen, y obtienen aquella pesca prodigiosa. Y mirando a Pedro que, como Santiago y Juan, no salía de su asombro, el Señor le explica: no tienes que temer, de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar. Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, le siguieron”.

La relación personal con Jesucristo: “Tu barca —tus talentos, tus aspiraciones, tus logros— no vale para nada, a no ser que la dejes a disposición de Jesucristo, que permitas que Él pueda entrar ahí con libertad, que no la conviertas en un ídolo. Tú solo, con tu barca, si prescindes del Maestro, sobrenaturalmente hablando, marchas derecho al naufragio. Únicamente si admites, si buscas, la presencia y el gobierno del Señor, estarás a salvo de las tempestades y de los reveses de la vida. Pon todo en las manos de Dios: que tus pensamientos, las buenas aventuras de tu imaginación, tus ambiciones humanas nobles, tus amores limpios, pasen por el corazón de Cristo. De otro modo, tarde o temprano, se irán a pique con tu egoísmo” (Amigos de Dios n. 21).

La conclusión es clara: vivir para la gloria de Dios, con la felicidad que produce el caer en la cuenta de que estamos viviendo una aventura que nos llevará al cielo, o si nos encerramos en el propio yo, nos iremos a pique.

José Carlos Martín de la Hoz