Constantino y el poder eclesiástico

 

En la interesante y precisa semblanza biográfica sobre el emperador romano Constantino (272-337), que ha editado Rialp, obra del profesor Hans. S. Pohlsander, de la New York University, se hacen referencias muy importantes acerca de las relaciones entre el poder civil y el poder eclesiástico, en las que deseamos detenernos seguidamente.

En primer lugar, el trabajo aporta las necesarias precisiones a las que los actuales han llegado en conclusión y, se elabora, cuidadosamente, el “status quaestionis” de la investigación acerca de los hechos claves de la vida de Constantino: como fueron su acercamiento al cristianismo, su grado de conversión a la fe católica, el conocimiento real que tenía del dogma cristiano, si verdaderamente tuvo fe y si fue bautizado antes de morir como se ha venido aceptando hasta el momento incluso realiza una valoración sobre la santidad (114).

Para hablar del tema del poder civil y su relación con el eclesiástico, Enseguida hemos de recordar que Constantino promovió el llamado edicto de Milán por el que volvía a haber cristianos en el imperio (41).

Quiso conservar de hecho el título previsto en el derecho romano de “Pontifex Maximus” (43), desde el que realizó acciones aparentemente favorecedoras del culto cristiano. Así podemos hablar de edificar hermosas basílicas romanas en tierras de su propiedad, en el exterior de la urbe de Roma, para no enemistarse con los sacerdotes paganos ni dar cuentas al senado (56-57).

Lo mas significativo del modo de relacionar el poder civil y el eclesiástico fue el esfuerzo constante hasta su muerte para lograr la unidad del imperio, bajo su cabeza en lo civil, y bajo una sola fe y disciplina eclesiástica en el poder religioso, pues aunque quisiera marcar una distinción de ámbito de actuación y de poder dejando Roma como capital espiritual del imperio y manteniéndose él como cabeza civil, con la creación de la ciudad de Constantinopla, Bizancio, en realidad puso todo su poder en alcanzar esa unión (70, 73, 99).

Efectivamente, fue un error la intervención personal de emperador, mientras le parecía que la cuestión arriana era simplemente trivial (69), como asistiendo a las deliberaciones del concilio de Nicea y, por supuesto, comunicando sus conclusiones a las diversas ciudades del Imperio (71).

Evidentemente, fue un grave error cuando llegó a expulsar a Atanasio de su sede de Alejandría y a otros obispos partidarios de la sana doctrina, por falta de seguridad teológica y exceso de seguridad en sí mismo, se dejó llevar por sus intuiciones y terminó cambiando de bando, pasando al del sacerdote Arrio.

En definitiva, la primera experiencia de armonía entre el poder civil y el eclesiástico salió mal, quizás por falta de experiencia, como por exceso de deseo de control del emperador e ingenuidad de los romanos pontífices.

José Carlos Martín de la Hoz

Hans S. Pohlsander, El emperador Constantino, ediciones Rialp, Madrid 2015, 133 pp.