Comenzando la cuarentena obligatoria organizada por el Consejo de ministros de la Nación, mediante la aplicación del Estado de Alarma desde el 15 de marzo, por un período de quince días, es el momento de pararse a sopesar bien lo que está pasando y sobre todo a pensar acerca de las lecciones que debemos aprender bien, pues no cabe dudas de que esta vez sí que nos han hablado claro.  

Ya no se trata de recibir sabios consejos, escuchar opiniones de expertos, leer informes para la prensa o escuchar explicaciones tendenciosas mezcladas con intereses políticos, de opinión pública, de cuestiones de conveniencia, ni simples y vacías palabras esperanzadas como: “ya verás cómo solo son unos días y ya está”.

El mazazo de la orden ministerial ha sido contundente, como lo es el breve plazo que por ley está marcado. No por el temor a que se propague todavía más, que la naturaleza ya sigue su curso, sino por temor a que el Gobierno se vea obligado a pasar al siguiente modelo de actuación que es el Estado de Excepción, pues indudablemente los errores han sido fragrantes: desde que se cerraron las universidades de Madrid, de un día para otro, muchos de los virus que ya habían sido trasmitidos en la capital se distribuyeron a todo el país.

La impresión general es como si todo esto que está pasando fuera como una especie de ensayo general, de lo que se nos viene encima, no ahora, pues para junio ya estará controlado, sino, sobre todo, para lo que se nos va a ir avecinando en los próximos años.

Indudablemente, a los virus ya los conocemos; sabemos que van cambiando, que no existen las vacunas necesarias, e incluso que tardan mucho tiempo en ser eficaces y, sobre todo, sabemos que la globalización de la sociedad hace que la trasmisión sea muy rápida, como hemos comprobado.

Evidentemente, tendremos que hacernos a la idea de vivir las pandemias en el futuro con mayor naturalidad, sin estridencias, con mayor coordinación entre las distintas administraciones públicas, con protocolos de actuación profesionales, con criterios científicos, con agilidad para arbitrar medidas eficaces.

Lo que está fallando es Bruselas, que  no termina de coger el mando profesionalmente. Donde hay improvisación es en la Comunidad Europea, pues en democracia es imprescindible distinguir las cuestiones políticas de los criterios profesionales de actuación. No basta con tener identidad de criterio en lo económico, hace falta verdadera mentalidad europeísta, como hemos comprobado, en lo jurídico, en lo referente a la salud, educación, etc.

Indudablemente, visto desde la ciudadanía, se han cometido demasiados errores, pues se ha gobernado descoordinadamente y sin profesionalidad. Los mandos únicos en una guerra son fundamentales y contra las pandemias ese es el único planteamiento. La Comunidad europea en coordinación con la Organización Mundial de la Salud, deben de escribir en caliente nuevos modelos de actuación; que las decisiones sean rápidas, seguras y eficaces: en la guerra como en la guerra.

José Carlos Martín de la Hoz