Actualmente hay alrededor de 130 vacunas en fase de ensayo clínico para combatir la enfermedad causada por el coronavirus SARS-Cov-2. Seis de ellas utilizan, en alguna fase de su producción, células que proceden de fetos abortados hace décadas. El temor a formar parte de una cadena de complicidad con el aborto ha reabierto la cuestión, que no es nueva, de si es moralmente lícito usar vacunas producidas de este modo.
Es necesario recordar algunos datos biológicos fundamentales. Las vacunas estimulan la producción de anticuerpos porque presentan al organismo una versión débil o no patógena del agente infeccioso o de alguna de sus partes. Eso requiere una ingeniosa manipulación del agente infeccioso (virus, en este caso) hasta lograr una variante del mismo que, sin producir la enfermedad, sea capaz de despertar la reacción inmunológica del huésped. Un virus no crece ni se desarrolla en medios de cultivo inertes, como sí lo hacen las bacterias u otros microorganismos, necesita medios de cultivo con células vivas porque ha de servirse de sus sistemas bioquímicos, que el virus no tiene, para multiplicarse. El desarrollo de vacunas frente a virus requiere usar cultivos celulares.
Para conseguir vacunas de la mayor especificidad, bioseguridad y pureza posible, se procura que los virus crezcan en cultivos celulares formados por células a ser posible idénticas entre sí. Algo tan complejo se simplificó bastante cuando se descubrió que algunas células, sometidas a determinados procesos, abandonaban algunas características propias y su patrón de senescencia. E iniciaban una serie continua, una línea, de ciclos celulares y mitosis dando origen a células todas homogéneas, de morfología y composición uniformes. A este tipo tan peculiar de célula, de naturaleza biológica algo distinta respecto a la célula de la que ha derivado, se le denomina línea celular estable o inmortalizada, y también sencillamente línea celular. Hay a la venta cientos o miles de líneas celulares, de extraordinaria utilidad en investigación biológica porque se comportan de modo idéntico, permitiendo además que los experimentos puedan ser replicables en otros lugares. La mayoría de ellas se derivan de células para cuya obtención no se requiere practicar un aborto.
Hasta aquí no habría ningún problema si no fuera porque los cultivos celulares de 6 de las vacunas que se están desarrollando frente al Covid-19 usan líneas celulares que de algún modo están emparentadas con fetos abortados. Cuatro vacunas utilizan la línea celular HEK-293 que procede del tejido de riñón de un feto abortado en 1972; y dos la línea celular PER-C6 que procede del tejido de la retina de un feto abortado en 1985.
Es importante comprender que la vacuna está formada solamente por virus o partes del mismo. Son virus obtenidos tras cultivo y producción a gran escala que, como se ha dicho, han sido atenuados o inactivados, o de los que se extrae una parte del genoma para ser vehiculada mediante vectores virales. Por lo tanto, en la vacuna no existen ni células de la línea celular que ha servido de cultivo, ni mucho menos células del organismo del que proceden las líneas celulares. Es decir, las vacunas no llevan tejido fetal de un feto abortado. Ni tampoco requieren realizar abortos ahora mismo para su producción.
Entonces, quien use estas vacunas ¿se hace cómplice de un aborto? La respuesta es que no, aunque es razonable que cuantos son contrarios al aborto manifiesten de algún modo su oposición a obtener ventajas a costa de algo que fue inmoral en sus orígenes. Vacunarse no es cooperar al aborto deliberado de aquellos fetos hace más de 35 años: los usuarios ni comparten la intención de quienes realizaron aquel aborto, ni han podido influir en ellos. Aquellos abortos, por otro lado, en caso de que hubieran sido deliberados, no consta que se practicaran con el fin de crear una línea celular.
Los especialistas que han estudiado la cuestión señalan en primer lugar que la mayor parte de las vacunas en desarrollo frente al Covid-19 se sirven de líneas celulares que no proceden de fetos abortados, y por tanto no presentan ese problema moral. También hacen hincapié en que, en caso de disponer de vacunas libres de cualquier vinculación con un aborto, esas son las que deberían usarse: por ejemplaridad y como modo de mostrar absoluta oposición al aborto, no tanto por problemas de cooperación material al aborto (se entiende por cooperación material la ayuda o facilitación que con la propia acción se presta a una acción inmoral que otro realiza, y de la que no comparto su malicia moral). Y que en el caso de que sólo estuviesen disponibles vacunas que hayan utilizado líneas celulares originadas en fetos abortados, pueden usarse mientras dure la situación actual (una pandemia con serios efectos sobre la salud individual y de la población), hasta disponer de vacunas alternativas que sería lo deseable.
La cuestión fue analizada por la Pontificia Academia para la Vida, en relación con un caso similar, en el año 2017 (http://www.academyforlife.va/content/pav/en/the-academy/activity-academy/note-vaccini.html). Y por el Dr. Aznar, del Observatorio de Bioética en Valencia, para el caso actual (https://www.observatoriobioetica.org/2020/06/algunas-aclaraciones-sobre-las-vacunas-contra-el-covid-19-que-provienen-de-celulas-de-fetos-abortados/33534?utm_source=wysija&utm_medium=email&utm_campaign=571). Recomendamos la lectura de ambas.
Juan Carlos García de Vicente. Médico, Doctor en Teología. Asesor de la Asociación Española de Farmacéuticos Católicos