Creó Dios en un principio

 

El profesor Urbano es uno de los teólogos más conocidos de la actualidad y, en particular, en el ambito del tratado de la creación: tema habitual de su estudio y magisterio en los últimos quince años.

Máxime desde la reciente publicación del papa Francisco de la Encíclica Laudat Si, el profesor Urbano, ha procurado adaptar sus trabajos a profundizar en las nuevas lineas propuestas por el Santo Padre, como puede verse en el manual que ahora presentamos.

En efecto, la convergencia propuesta por el papa en su encíclica, ha facilitado el dialogo interreligioso y cientifico acerca del cuidado y conservación de la casa común y, especialmente, de la dignidad de la persona humana, que es como decia el Vaticano II, en la Gaudium et spes, “el único ser querido por si mismo” (GS n.24).

Entre los muchos temas que este trabajo clarifica, hemos escogido uno por su particular valor e importancia: el problema del mal y si Dios puede decirse autor del mal en el mundo de alguna manera.

Este problema antiguo (Boecio hablaba de él como la hidra de las mil cabezas) se ha constituido en un enigma para la modernidad desde los escritos de Voltaire acerca del terremoto de Lisboa de 1755 o más recientemente después del descubrimiento de  los terribles sucesos de Auschwitz con los campos de exterminio de los judios por parte de los nazis. Es más, suele aducirse contra la existencia de Dios y contra la obra creadora y providente de Dios.

El profesor Urbano comienza por recordar la definición clasica del mal, como ausencia de un bien debido y, seguidamente, como suelen hacer los grandes autores distingue entre el mal físico y el mal moral, para concluir, en primer lugar, que el mal físico no es verdadero mal, sino ocasión de crecimiento y maduración personal, aceptando nuestra condición de criatura que vive y desarrolla su existencia en un mundo material destinado a prepararnos para la vida eterna junto al creador.

La definición del mal moral o pecado, la sitúa nuestro autor recordando el inolvidable pasaje del catecismo de la Iglesia Católica, cuando dice: “El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cfr. Gen 3, 1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cfr. Rom 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad” (catecismo n.397). Dicho en terminos agustinianos: “aversio a Deo et conversio ad creaturas”: aversión a Dios y conversión a sus criaturas.

Aquí está el verdadero problema, superar la tentación con la gracia de Dios y empeñarse, con su ayuda en la donación al Amor, base del auténtico crecimiento. De todas formas, respecto al sufrimiento personal, fisico y moral, el autor nos invita a mirar al crucificado, donde podemos vislumbrar el sentido del dolor, como subrayó san Juan Pablo II en la Salvifioci doloris: “la cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la resurrección: el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual. Los testigos de la pasión de Cristo son a la vez testigos de la resurrección” (n.21).

 

José Carlos Martín de la Hoz

Pedro Urbano López de Meneses, Creó Dios en un principio. Inciación a la Teología de la Creación, ed. Rialp, Madrid 2016, 143 pp.