Cristianismo y confianza



            Al
comienzo de este nuevo milenio que estamos estrenando, Juan Pablo II
escribió unas palabras llenas de vigor y de profunda esperanza, acerca
de la llamada universal a la santidad: “Preguntar a un catecúmeno ‘¿quieres recibir el
Bautismo?’, significa al mismo tiempo preguntarle, ‘¿quieres
ser santo?’. Significa ponerle en el camino del Sermón de la
Montaña: ‘Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 48
)” (Juan Pablo II, Carta
Apostólica Novo Millenio Ineunte, n. 6, Roma
6.I.2001)
. La llamada a la santidad implica un enorme grado de confianza de
Dios en el hombre. La llamada a la santidad es una promesa de santidad.


            Dios
conoce las dimensiones de nuestra debilidad, por tanto, su llamada perenne a la
santidad implica perdonar nuestros pecados, olvidarnos y volver a confiar en la
acción de su gracia en nuestras almas y en la respuesta a sus
invitaciones al desarrollo del amor de Dios en nosotros. En ese sentido se
expresaba San Josemaría: “
Me pregunta
también cuál es el criterio con que mido y juzgo las cosas. La
respuesta es muy sencilla: santidad, frutos de santidad”
(Josemaría
ESCRIVÁ DE BALAGUER, Conversaciones,
ed.Rialp, Madrid 1987,  n.31)
.


            Esta
es la normalidad de los planes de Dios. Vivir de amor, vivir para el amor. Eso
implica confiar en Dios, en los demás, en uno mismo. Los fracasos o
errores no deben defraudar la confianza. Partimos del pecado original y sus
restos, pero también de la capacidad de rectificar de rehacernos, de
aprender de nuestros errores.


            En
ese sentido, es primordial la rectitud de intención. Vale la pena
recordar  una vieja
definición: el fin último es aquel que se quiere de modo absoluto
y en razón del cual se quiere todo lo demás. “Cuando una empresa es sobrenatural,
importan poco el éxito o el fracaso tal como suelen
entenderse de ordinario. Ya decía San Pablo a los cristianos de Corinto,
que en la vida espiritual lo que interesa no es el juicio de los demás,
ni nuestro propio juicio, sino el de Dios
” (Ibidem).


            Con
respecto a la transmisión de la fe que los cristianos estamos movidos a
realizar, como parte esencial de nuestro modo de vivir, transmitiendo el amor
de Dios que hemos recibido, en el apostolado personal, conviene recordar una palabras de San Josemaría
llenas de vigorosa luz: “He
defendido siempre la libertad de las conciencias. No comprendo la violencia: no
me parece apta ni para convencer ni para vencer; el error se supera con la
oración, con la gracia de Dios, con el estudio; nunca con la fuerza,
siempre con la caridad”
(Josemaría
ESCRIVÁ DE BALAGUER, Conversaciones,
ed. Rialp, Madrid 1987,  n.44).


             


José Carlos Martín de la
Hoz