David Hume y el cristianismo

 

El ateísmo del famoso filósofo inglés David Hume (1711-1776), era tan bien conocido por sus contemporáneos que, en opinión de sus biógrafos habría sido el motivo por el que no le concedieron la catedra de filosofía moral de la universidad de Edimburgo ni la de lógica de Glasgow (XVI). En cualquier caso, ha pasado a la historia como el ilustrado que dio el salto del deísmo ilustrado de los enciclopedistas franceses al ateísmo empirista inglés (XVIII).

Precisamente en la edición de los ensayos políticos de nuestro inglés preparada por el profesor Josep M. Colomer, en la sección sobre los partidos políticos, aparecerán todos los argumentos de fondo de su crítica histórica al cristianismo y su abrumadora desconfianza. En primer lugar David Hume comienza por recordar que las Leyes e instituciones van dirigidas a asegurar la paz (VII, p. 43), y que en cambio los partidos o "las facciones subvierten el gobierno" (VII, 44).

Enseguida añadirá ya la primera piedra angular de su teoría: "el magistrado abrazaba la religión del pueblo y al entregarse con todo celo al cuidado de las cosas sagradas adquiría de modo natural autoridad en ellos y así unía el poder eclesiástico con el civil" (VII, p.48). Ahora llega un ataque directo a la religión cristiana a la que llama secta, cuando es el esfuerzo de Dios para salvar a todos: "los sacerdotes acapararon la autoridad en la uva secta. Tan mal uso hicieron de este poder, incluso en aquellos primeros tiempos, que las primitivas persecuciones pueden ser en parte atribuidas a la violencia que esos hombres (los sacerdotes católicos) imbuyeron a sus seguidores.  Y habiendo continuado esos mismos principios de gobierno clerical una vez convertido el cristianismo en religión oficial, engendraron un espíritu de persecución que ha sido desde entonces el veneno de la sociedad humana y la fuente de las más inveteradas divisiones en todos los estados. Por ello, tales divisiones pueden ser estimadas en cuanto al pueblo como facciones de principio; pero por parte de los sacerdotes, que son su primer móvil, se trata, sin duda de facciones de intereses" (VII, p. 49).

Finalmente, confundirá de modo palmario el que la fe busque la razón y que el diálogo entre la revelación y la verdad ha estado presente desde el principio con intereses sectarios: "En la época de la aparición del cristianismo la filosofía se hallaba ampliamente extendida por el mundo, los maestros de la nueva secta se vieron obligados a elaborar un sistema de opiniones especulativas, a formular con cierta precisión sus artículos de la fe, y a explicarlos, comentarlos, refutarlos y defenderlos con todas las sutilezas dialécticas y científicas. De aquí surgió de modo natural la actitud en las disputas cuando la religión cristiana conoció nuevas divisiones y herejías; y esta actitud ayudó a los clérigos en su política de despertar odio y antipatía mutuos entre sus extraviados secuaces. Nunca las sectas filosóficas del mundo antiguo fueron tan celosas como los partidarios religiosos; pero, en la época moderna, estos partidos se han mostrado más furiosos y entusiastas que las más crueles facciones nacidas del interés y la ambición" (VII, p. 49).

José Carlos Martin de la Hoz

David Hume, Ensayos políticos, edición de Josep. M. Colomer, ediciones Tecnos, Barcelona 2010, 154 pp.