Despertar la nobleza de los corazones

 

San Josemaría publicó al final de su vida un volumen de homilías denominado “Amigos de Dios”, que terminó por editarse póstumamente, aunque lo había dejado ya completamente preparado. Ahora han sido recientemente editadas con un magnífico estudio histórico y teológicos del profesor emérito de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma, Antonio Aranda. En esas homilías, lógicamente, planteaba lo que había sido la sustancia de su predicación desde que recibió la llamada de Dios a poner en marcha el Opus Dei, es decir, la santificación del trabajo y de las ocupaciones ordinarias y la llamada universal al apostolado de amistad y confidencia.

Precisamente, porque Dios se ha encarnado y ha llamado a cada hombre a llevar hasta el final los proprios talentos, nosotros “amigos de Dios” no podemos dejar de recordar a nuestros amigos de la tierra que la felicidad está en conocer y amar a Jesucristo. No podemos dejarles tranquilos en su “abulia”, sino que hay que incendiarlos en la verdadera caridad.

Algunas veces podemos verlos tan entretenidos en las cosas de la tierra que podemos pensar que no hay nada que hacer con ellos, sino que hemos de dejarles a su aire. Es conmovedor que san Josemaría nos recuerde “Mi experiencia de hombre, de cristiano y de sacerdote me enseña todo lo contrario: no existe corazón, por metido que esté en el pecado, que no esconda, como el rescoldo entre las cenizas, una lumbre de nobleza. Y cuando he golpeado en esos corazones, a solas y con la palabra de Cristo, han respondido siempre” (AD, 74).

Es, por tanto, necesario, en estos tiempos de post pandemia que los cristianos que hemos sobrevivido a la misma seamos de nuevo conscientes de la llamada que hemos recibido por el bautismo a ser despertadores del amor de Dios en el alma de nuestros amigos. Dios respeta la libertad y nos envía a nosotros. Como subraya Gregorio Nacianceno: “A mi juicio, no es lícito obligar, sino sólo persuadir y eso es lo que más nos conviene a nosotros y a cuantos se acerquen a Dios. Porque si alguien obra contra su voluntad, forzado por la violencia, como la flecha que se mantiene tensa por el nervio del arco y por las manos o como un arroyuelo constreñido a seguir el curso de la acequia, apenas surja una ocasión se librará de la fuerza que lo retiene. Por el contrario, quien actúa libremente, permanece seguro todo el tiempo, ligado por el vínculo del amor, que no puede desatarse” (Autobiografía, Ciudad Nueva,  p.212).         

Decía san Gregorio de Nisa en su pequeño tratado sobre la perfección cristiana que si los cristianos no somos santos se debe a que somos inconstantes, de ahí, añadía la importancia, de la conversión permanente. Parte importante de esa conversión permanente, es dedicar tiempo a esas conversaciones profundas con nuestros amigos y familiares, en el calor de la amistad y de la confidencia, sobre la felicidad, el sentido de la vida, es decir, los grandes ideales que mueven el corazón del hombre de todos los tiempos. Pues difundir el bien, el amor de Jesucristo, es una gran tarea (AD, 78).

José Carlos Martín de la Hoz

San Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, edición crítica-histórica de Antonio Aranda, ediciones Rialp, Madrid 2019, 955 pp.