Diario en prisión (III)

4. El autor señala la necesidad de un liderazgo y compromiso en la lucha por las ideas: “Los grandes hombres son infrecuentes, pero los líderes son fundamentales” (pág.449). Pide a los católicos que se involucren en la lucha por las ideas: “Las guerras culturales nos obligan a elegir un bando. La lucha es imprescindible” (pág.124). “Que los cristianos expliquemos los motivos por los que actuamos” (pág.456). "Los partidarios del apaciguamiento creen que la única forma de avanzar es abandonar las ideas pasadas de moda sobre el matrimonio, la familia, la sexualidad y la vida a la luz del conocimiento moderno. Eso es rendirse y no es una opción, por muy pocos que lleguemos a ser" (pág.264). Cita al Camino Neocatecumenal y el Opus Dei por “plantar cara a los desafíos de la época, ayudándonos a sostener la fe” (pág.168). “Los católicos –concluye- deberíamos ser más visibles y precisamos de marcadores sociológicos (externos) que fortalezcan nuestra identidad y nuestra lealtad” (pág.309). Pell cita los casos de la provincia canadiense de Quebec, de Bélgica y Holanda, como comunidades cristianas, antiguamente fervorosas, en las que la modernidad se ha impuesto al cristianismo.

En su oración el autor pide: “Inspira a los jóvenes cristianos para que se entreguen a las batallas en la vida pública”. “Hombres que caminen entre la oración incesante y el deseo impetuoso” (pág.140). Pide: "Ayúdanos a evitar el cinismo, el pesimismo y la parálisis que provocan" (pág.138). “Hoy, cuando las presiones para acomodarse son tantas, tan fieras y tan intolerantes, te pedimos que nos envíes buscadores fuertes y escépticos (críticos) de la verdad” (pág.451). 

5. “Mi destino –escribe el Cardenal- tendrá graves repercusiones en la Iglesia por mi defensa del cristianismo crucificado” (pág.52). Para el Cardenal la Iglesia atraviesa un periodo de debilidad: “Seremos capaces de levantarnos de la postración si se da un renuevo moral y una profundización en la fe" (pág.335);  "con frecuencia se reduce a Dios a un abuelo benevolente, poco exigente e inútil” (pág.96). E insiste: "Cuando se reduce el catolicismo a una organización de servicios agnóstica, se traiciona la tradición, las conversiones se esfuman y el éxodo se adelanta" (pág.123). Critica la tesis de que todos van al cielo y así viven ajenos a las penas eternas: “Si todo el mundo va al paraíso, la urgencia por evangelizar desaparece” (pág.194). “No son pocos los ateos e incluso los creyentes que se muestran reacios a pensar desde la perspectiva del infierno (…) La incapacidad para hacerlo está en el centro de la crisis de fe y moral” (pág.402). Y una afirmación enormemente sugerente: “Cada vez hay más personas convencidas de que es preferible la aniquilación después de la muerte, a un Dios que juzgue” (pág.460). Es obvio que no ven a Dios como un padre.

El autor cita al jesuita polaco-norteamericano Paul Mankowski, “lleno de celo por la casa del Padre, del Señor y de la verdad católica”. Éste describe el declinar religioso de instituciones que habían sido gloria del cristianismo durante el segundo milenio (pág.379): “En las instituciones católicas de enseñanza –señala Mankowski- no hay demasiados sacerdotes o religiosos y la dimensión católica de la enseñanza se ve muy atenuada, si es que no ha desaparecido” (pág.380). Se refiere, en concreto, a la Universidad católica de Notre Dame, en Indiana-USA, y a su Presidente Ted Hesburgh. Éste ha manifestado que “no tiene problemas con que las mujeres o los hombres casados se ordenen”, lo que Mankowski califica como "sentimentalismo progresista". Hesburgh considera que el pensamiento moral de santo Tomás de Aquino está acabado. En 1967 organizó un encuentro de educadores católicos convenientemente seleccionados para “defender la libertad de la universidad católica frente a todo intromisión externa, laica o eclesiástica” (pág.381). La pretensión de que una universidad católica esté exenta de supervisión por parte de la Jerarquía indigna al Cardenal, ya que es misión de los obispos “evitar que se deje a Dios de lado” (pág.385). Hemos visto -reflexiona- tantas instituciones católicas que han perdido su inspiración original. “Los cristianos fieles juegan un papel fundamental en esta época oscura, pero debemos ser leales al buen Dios, al señor Jesucristo y a la tradición” (pág.252). Como ejemplo, relata el caso conmovedor de un católico en China, Jude Chen, cuyos hermanos habían pasado treinta años en prisión por ser católicos y su abuelo privado de todos sus bienes. Cuando el nieto se lamentaba por ello, el abuelo respondía: "Todo pertenecía a Dios y a Él le será devuelto" (pág.392). En comparación con esta familia nuestro nivel de compromiso cristiano es irrisorio, casi inexistente.

En un aspecto positivo, Pell da gracias a Dios por nuestros colegios, aun con sus imperfecciones, ya que hoy es habitual que los que llegan a ellos carezcan por completo de instrucción religiosa” (pág.208). Está preocupado por la universidad en Australia, cuya evangeización le parece una tarea enorme, aunque señala que se han organizado grupos pequeños de licenciados para actuar en los campus (pág.348). Menciona que la Comunidad del Emmanuel organiza charlas y retiros. Vuelve su mirada a las Jornadas Mundiales de la Juventud –una de ellas tuvo lugar en Sídney- “las cuales siguen suscitando conversiones” (pág.412). Recuerda la devoción al Sagrado Corazón de Jesús “que ha consolado durante generaciones a la gente imperfecta y muchas veces pobre”, y "a la más reciente devoción hacia la Divina misericordia” (pág.434). Termina señalando como “en aquellos lugares en que se han vendido al mundo las iglesias se han vaciado en un par de generaciones” (pág.261). “No es un consuelo que la rama progresista de los protestantes se esté hundiendo en el secularismo más rápidamente que nosotros. El antagonismo entre protestantes y católicos no es cristiano y distrae de las guerras culturales contra el secularismo” (pág.461).

Juan Ignacio Encabo

Card.George Pell, Diario en prisión, Palabra 2021