Diario en prisión ( y IV)

6. “Son demasiados –escribe Pell-, incluyendo a algunos obispos, los que se han acomodado al declive, y entre ellos los hay que ni siquiera saben dónde está el campo de batalla” (pág.91). “Los sacerdotes son fundamentales en la Iglesia” y “las pruebas demuestran que la ortodoxia de los obispos con un buen seminario atrae vocaciones sacerdotales” (pág.213). "La honestidad personal y la buena voluntad no son excusa para la incompetencia" (pág.211). El autor se plantea hasta qué punto las conferencias episcopales pueden constituir una rémora para la renovación de la Iglesia. Refiriéndose a Irlanda afirma que “los obispos recién llegados siguen cautivos de la conferencia episcopal” (pág.80), y sobre su propio país comenta: “La Iglesia en Australia celebrará un Sínodo el año que viene -2020-, que espero que no cause demasiados daños” (pág.257). "Señor -ruega- concede a los líderes públicos, al Santo Padre, los cardenales y obispos [el] valor habitualmente escaso" (pág.127).

Es al recibir la carta de un obispo auxiliar de Sídney cuando el autor se explaya: “Es normal que muchas de sus ideas me parezcan aceptables, pero otras son poco claras y ambiguas. Legitimar la conducta homosexual, ordenar sacerdotes a las mujeres, reducir la autoridad, limitar los poderes del papado son callejones sin salida e irrealizables. El Vaticano no es gran parte del problema, como afirma ese Obispo” (pág.283). “El papel del papa y de la curia consiste en transmitir las enseñanzas conforme a la tradición apostólica y mantener la unidad de la Iglesia” (pág.438). “No tenemos licencia para escoger, descartar y seleccionar”. “Es falso afirmar un fracaso absoluto en la mentalidad y estructuras de la Iglesia católica. El declive en la cifras y en la práctica continúa, pero varía sustancialmente de una diócesis a otra (…), igual que el grado de catolicismo y de energía de sus obispos y sacerdotes” (pág.282). Concluye con una cita de S.S.Benedicto XVI: "No necesitamos otra Iglesia diseñada por nosotros" (pág.283).

7. George Pell no tiene inconveniente a referirse al Concilio Vaticano II como punto de origen de muchos problemas: “El Concilio acabó siendo más sensible a la influencia protestante que a la de las iglesias orientales. Las devociones medievales, como la bendición [con el Santísimo], la oración ante el Santísimo Sacramento, a los santos o el rosario perdieron importancia, si es que no se las denigró; y la antigua devoción a María, Madre de Dios, también sufrió reveses” (pág.373). “Las fuerzas progresistas convencieron a la mayoría de los obispos para que no publicasen un documento conciliar específico sobre Nuestra Señora” (pág.372). “Las dos fuerzas centrales del Concilio, muchas veces en tensión, eran el ressourcement (la vuelta a los orígenes) y el aggiornamento (puesta al día) (pág.372). Pell es partidario de conservar las antiguas tradiciones: “Soy partidario de que el sacerdote dé la espalda al pueblo durante la plegaria eucarística. Con esto quedaría claro que el sacerdote no es el centro de atención, sino que ésta se debe dirigir a otro sitio” (pág.300 y 301). “Tras el Concilio Vaticano II la adoración eucarística y la doctrina de la transubstanciación han caído en el olvido en los círculos progresistas, cuando no las rechazan explícitamente” (pág.417).

El cardenal recuerda como “en mi época de rector en el seminario del Corpus Christi –entre 1985 y 1987-, los formadores y seminaristas no compartían mis opiniones y sólo conseguí celebrar una vez la Bendición. Después de una resistencia considerable conseguí colocar una imagen de Nuestra Señora en el frontal de la capilla” (pág.418). Recuerda como en una reunión del claustro denunció que, en filosofía, a los seminaristas se les hacía estudiar una “fruslería existencialista”, lo que ofendió mortalmente al vicerrector que se había licenciado en Oxford con las máximas calificaciones. “Creo –argumenta el autor- que los sacerdotes deberían tener algo más que un conocimiento vago del pensamiento de santo Tomás” (pág.384). Asimismo lamenta que “el sacramento de la penitencia sigua siendo una de las bajas del mundo postconciliar” (pág.418).

Sugiere que "tal vez el logro más importante del Concilio Vaticano II fue el de lanzar a los laicos a la misión” (pág.335). El Cardenal se asombra y al mismo tiempo se alegra de cómo han cambiado las cosas desde la conclusión del Concilio: “Uno de los consuelos entre las turbulencias es la sólida espiritualidad y la ortodoxia teológica de muchos sacerdotes jóvenes, a diferencia de lo que sucedió después del Concilio (…) cuando los jóvenes eran progresistas” (pag.91 y 143). Ahora “los sacerdotes jóvenes y las jóvenes religiosas son fieles, rezan y saben lo que está en juego” (pág.91). 

8. Escribe Pell: “Desde mi infancia supe y acepté que Dios me amaba” (pág.475). El Cardenal defiende la espiritualidad católica tradicional: “Provengo de una familia en la que se rezaba el Rosario todas las tardes y asistí a colegios en los que la devoción a María era sólida (…) Mi oración mariana preferida es el Acordaos” (pág.337 y 338). “La lucha por la santidad debe estar en el núcleo de cualquier intento de renovación” (pág.412). “La doctrina sobre el sufrimiento es la clave. Creo que Kiko Argüello, cofundador del Camino Neocatecumenal, está en lo cierto cuando dice que nuestra enseñanza sobre el sufrimiento es lo que supone un mayor contraste con el secularismo moderno. Y lo mismo ocurre con el perdón” (pag.327). El autor explica cómo hacer oración a base de repetir jaculatorias.  Recomienda "vivir nuestras vidas con luz, verdad y belleza. Un oasis de vida con nuestras familias y vecinos. No por nuestra cuenta, sino sentándonos tranquilos en soledad y volviéndonos a Dios con esperanza y confianza sencillas" (pág.465)“. Señor –reza- unimos nuestras pruebas y tribulaciones a los sufrimientos redentores de tu Hijo” (pág.101). "Te pedimos la humildad de corazón y orar sin cansarnos" (pág.470).

“La Misa –escribe- constituye el corazón de toda la comunidad católica” (pág.187). Advierte sobre aquellos que se acercan a comulgar sin haberse confesado previamente: "En esta época de indiferencia e ignorancia religiosas la recepción indiscriminada de la Santa Comunión atenta contra la tradición y es perniciosa para la Iglesia" (pág.247). “El Corpus Christi es la clásica y tradicional creencia católica en la Presencia Real en el pan eucarístico consagrado de Jesús, con su carne, con su sangre, su cuerpo y alma (y su divinidad), y que su presencia no es meramente simbólica. A esto se llama transubstanciación y nos diferencia de la mayoría de los protestantes” (pág.417). “Siempre he admirado a san José –confiesa- y estoy seguro de que muchas de las mejores cualidades masculinas de Nuestro Señor vinieron, no de su naturaleza, sino de la educación que le proporcionó su padre putativo José” (pág.409). “Hoy no se da demasiada preeminencia a los ángeles y a veces ninguna” (pág.336).

La espiritualidad que recomienda el Cardenal nos recuerda enormemente a la que enseñaba san Josemaría Escrivá. El autor cita en bastantes ocasiones al Camino Neocatecumenal y al Opus Dei. Señala como durante su estancia en Roma se había confesado habitualmente con un sacerdote de la Prelatura y que, igualmente, asistía a los retiros espirituales que tenían lugar en la Basílica de San Eugenio. También menciona la disponibilidad de la Universidad Romana de la Santa Cruz para implementar la sugerencia del Cardenal de introducir unos estudios para la administración de los bienes y rentas de la Iglesia.

9. Conclusión: La lectura del Diario en prisión del Cardenal Pell presenta la dificultad de multitud de ideas y dispersión de las mismas, por lo que requiere bastante paciencia y atención, pero refleja una conciencia y una mentalidad importantes en la Iglesia. No todas las afirmaciones del autor las tenemos porqué compartir. Por ejemplo cuando califica como “lobos verde-rojos” a la coincidencia entre alguna izquierda y algunos conservacionistas; tampoco cuando afirma que “el movimiento contra el cambio climático es un coloso financiero, grosero e intolerante…” (pág.228); o cuando mantiene que “la correlación entre el incremento de la productividad y el aumento de los salarios se ha roto completamente” (pág.322). Posiblemente sea verdad, seguro que lo es, pero no parece que un Cardenal tenga que ser especialista en las ideas económicas. Hay otras cuestiones, como puede ser la celebración de la plegaria eucarística de espaldas al pueblo, que pueden estar muy bien razonadas pero ya han sido resueltas por la Santa Sede y los obispos en sus jurisdicciones, por lo que no parece conveniente volver sobre ellas.

El Diario en prisión solo comprende cinco meses de los trece que su autor pasó en la cárcel, pero nos preguntamos qué más puede decirse que no se haya dicho ya en este volumen. El 7 de abril de 1920, el cardenal Pell fue absuelto por unanimidad del Tribunal Supremo de Australia al considerar que no se habían respetado su presunción de inocencia y las debidas garantías procesales, y abandonó la prisión.

Juan Ignacio Encabo

Card. George Pell, Diario en prisión, Palabra 2021