En muy pocos años hemos vivido un cambio drástico en la forma de trabajar y de comunicarnos. Quienes hace cincuenta años trabajábamos tanto en el ambiente intelectual como en el manual, vivíamos de una manera totalmente distinta. Quienes nacieron hace treinta años no saben que antes se vivía de un modo diferente.
En el mundo intelectual, en un sentido muy amplio de trabajo mental, teníamos otros modos de hacer totalmente distintos a los que tenemos ahora. Si hacemos un poco de memoria somos conscientes de que los primeros ordenadores, sin wifi, por supuesto, son de hace cuarenta años. Y nos hemos hecho a este mundo, casi sin remedio posible. También en los trabajos manuales ha habido muchos cambios, pero quizá no tan determinantes como en los intelectuales.
Las diferencias son muy grandes, las consecuencias muy variopintas. Ya no solo son ciertos trabajos, ahora son los modos de entretenimiento, infinidad de juegos; infinidad de noticias, diversiones para todo tipo de gente. Y, tristemente, infinidad de medios de perversión, de inmoralidad, que antes no estaban tan a mano, ni mucho menos.
Byung-Chul Han, en su libro “Sobre Dios”, por el que ha recibido el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, citando a Simone Weil, advierte de hasta qué punto nos estamos alejando de la naturaleza y, sobre todo de lo trascendente.
“La digitalización del mundo de la vida demuestra igualmente que el ser humano se convierte en esclavo de su propia producción. La soga digital es más asfixiante que la soga mecánica en la que creía hallarse atrapada Simone Weil. La digitalización, que nos promete más libertad, no produce, a fin de cuentas, sino una cárcel panóptica. Nos degradamos hasta transformarnos en paquetes de datos, en ganado de datos que se deja vigilar y dirigir”[1].
Estamos todos inmersos, quien más quien menos, en un mundo que se aleja de la naturaleza, aunque está creado por el hombre y es útil para todos. Pero no estaría de más hacer una reflexión para ser más conscientes de hasta qué punto estamos “esclavizados” por el sistema. “A diferencia de la sociedad disciplinaria, en la que hay que guardar silencio, el régimen neoliberal de información establece la obligación de la comunicación, que resulta ser un eficiente medio de control y dirección. Y la obligación de la aceleración que entraña la comunicación digital no solo destruye el pensamiento, sino también la atención”[2].
La atención. Lo advierte este autor por activa y por pasiva. La carencia de atención porque las pantallas nos esclavizan y nos pegamos a ellas, a veces sin ningún criterio.
En este sentido, los dispositivos digitales, como el smartphone, se asemejan a esas máquinas que según explicaba Simone Weil, impedían tanto pensar como soñar. Los algoritmos ponen en peligro la libre voluntad porque son más rápidos que ella. Se adelantan a ella. Así, la libertad se convierte en control.
Ángel Cabrero Ugarte
[1] Byung-Chul, Han, Sobre Dios, Paidós 2025, p. 107
[2] P. 108