¡Déjame en paz, vete lejos! Pon tierra por medio. Esa persona es peligrosa, no te dejes engañar. Ponte lejos de mí, me molestas. Algo así es lo primero que pensaríamos si alguien nos dijera esa palabra con fuerza, con intención, con intensidad. ¡Distánciate!

No te juntes con esos chicos. Ni te acerques a esos que son… Es lo que le dice la mamá a su hijo cuando le deja en el colegio y no quiere que se mezcle con gente desagradable o mal educada. ¡Distánciate!

¡No quiero saber nada contigo! Déjame en paz. Le dice alguien a otra persona que se acerca porque pide limosna, o porque quiere amistad, o porque quiere ayuda. Todas las versiones que encontramos al usar esa exclamación resultan duras, odiosas, inadecuadas.

Sin embargo, fue el Ayuntamiento de Madrid quien lanzó esta campaña, en pantallas LED por las calles, con colores contrastados, con imágenes que aparecen de pronto en un cruce de calles. Menos mal que todos entendemos por qué la municipalidad lanza semejante slogan. ¡Precaución! ¡Cuidado! ¡Que ese que tienes ahí cerca te puede contaminar! Las colas en los supermercados, con distancias de dos metros, mostraban unas personas frías y distantes.

Suena a lo contrario de cualquier planteamiento cristiano, a cualquier consejo de un buen padre, de un eficaz maestro. Es duro, es inconcebible que pueda encontrarse escrito en letras de molde o en cartel luminoso. Pensamos que solo podría encontrarse semejante imprecación en un muro lleno de pintadas absurdas, sucias, desagradables.

Pero esa palabra, con caracteres muy claros y coloridos está -o ha estado- en los carteles luminosos de las calles de Madrid. Uno podría haber pensado que le estaban diciendo: ¡vete de aquí! Y hubiera mirado alrededor a ver si alguien podría hacerle daño, o si un policía le iba a poner una multa por permanecer allí mirando.

Nos hemos acostumbrado estos días a ver policías por todos los lados para impedirnos estar. No para evitar que robáramos o que hiciéramos botellón o que pegáramos a un viejecito. No, la policía estaba allí para preguntarnos por qué estábamos o qué permiso teníamos para estar. Esto ya se ha pasado. Por ahora, dicen los expertos pesimistas.

Y como consideramos que ya se ha pasado, si nos encontráramos ese cartel todavía por nuestras calles nos enfadaríamos. Que me pidan que me distancie es pedirme que haga lo contrario que me indican mis principios cristianos. Debemos buscar a los demás, estamos deseando encontrarnos con los amigos. ¡No me digas “distánciate”! Pero hay mucha gente empeñada en mantener las distancias.

¿Hasta cuándo? ¡Pero si ya vamos con esas horribles mascarillas que ocultan nuestras sonrisas y nuestra amabilidad! Menos mal que, al parecer, a partir de ahora, ya solo es metro y medio. Menos mal porque eso ya no hay quien lo mida. Lo que nos pide la amabilidad, el espíritu nítidamente cristiano, el cariño a los demás, es estar cerca. No arrejuntarse, pero sí cercanía.

“La amabilidad es el arte de agradar, el truco para contribuir en lo posible a la comodidad y la felicidad de aquellos con quienes te relaciones.” (p. 26). A ver si lo conseguimos, a pesar de las mascarillas y las distancias.

Ángel Cabrero Ugarte

Lawrence Lovasik, El poder oculto de la amabilidad, Rialp 2015