Educación del siglo XXI

 

Cuando san Josemaría  Escrivá de Balaguer, Fundador del opus Dei, a comienzos de los años sesenta en un pueblo de Navarra , Reparacea, reunió a un  grupo de padres de familia, algunos  de ellos expertos en educación, otros en enseñanza y otros en economía, para animarles a poner en marcha unos colegios que tuvieran como perspectiva la formación integral de la juventud y en los que colaboraran activamente los tres grandes colectivos implicados: padres, profesores y alumnos, les dejó una amplísima libertad de movimientos pero una absoluta claridad en los principios fundamentales.

Lo primero, que lo importante son las personas. Inmediatamente, que hay que perder el tiempo con las personas y , finalmente, que todo se basa en la confianza. De hecho, cuántas veces han venido a buscarme educadores de universidades del mundo para pedirme documentos, como Postulador de la  causa de canonización,  para elaborar una tesis doctoral sobre la pedagogía de Tomás Alvira, uno de aquellos pioneros de Fomento de Centros de enseñanza.

La respuesta  siempre ha sido es la misma: Tomás seguía la pedagogía de tratar a sus alumnos como si fueran sus hijos, parte de su familia, es decir, quererles y confiar en ellos. Su objetivo siempre era sacar de cada uno lo mejor. Evidentemente, esto es muy difícil de expresar en una Tesis sin ser repetitivo.

Inmediatamente, hay que hablar de la cuestión de fondo: “La centralidad de Jesucristo”. Es decir hay que recordar el denominado “método de los doce apóstoles” o método evangelizador de los primeros cristianos, también igual de los que evangelizaron América o Asia. Exactamente, el mismo que aplicaron los apóstoles: ir y contar por el mundo entero lo que habían visto y oído.

Lo importante es que conozcan a Jesús, su vida santa, su predicación, sus milagros, su muerte ignominiosa en la Cruz, su gloriosa resurrección y ascensión a los cielos y la fundación de la Iglesia que brotó del costado abierto de Cristo.

A los padres hay que decirles que para educar a sus hijos tienen que quererse más entre ellos y querer más a Jesucristo: nadie da lo que no tiene, ni nadie enseña lo que no sabe, por tanto, hay que hablar de lo que uno vive. La educación de los hijos requiere habitualmente la conversión de los padres.

A los profesores hay que recordarles que el profesor nuevo enseña lo que acaba de estudiar, el profesor medio explica lo que ha aprendido costosamente y el profesor experto explica lo que  realmente interesa a los alumnos. Si a los alumnos hay que hablarles de enamorarse de Jesucristo, de que lo traten, que prueben y verán que funciona, que todo tiene sentido, es decir, que hagan todo con Él. Como culmina loa Plegaria Eucarística: por Cristo, con Él y en Él.

Los alumnos indudablemente, necesitan recibir una exposición clara y ordenada de la fe y de los conocimientos básicos. Además, conviene enseñarles a pensar y a actuar libremente. Sobre todo, conviene enseñarles la virtud de la prudencia. Mostrar que las virtudes tienen dos características: la primera que la armonía de las virtudes de felicidad y que todas están interconectadas. A madurar se aprende madurando.

José Carlos Martín de la Hoz