Ciertamente Catrin Misselhorn, profesora de filosofía en la universidad Georg-August de Gotinga, ha realizado una magnífica obra de arte con este pequeño gran libro editado magníficamente por Herder y que ahora deseamos comentar, aunque sea también brevemente.
El trabajo comienza con una magnífica descripción del arte, también del arte contemporáneo, como manifestación y expresión del alma del artista y del impacto en quien contempla y se deleita observándola detenidamente, sin prisa, abierto a la mirada contemplativa.
Ciertamente el arte, así como nos lo descubre nuestra autora, es uno de los grandes consuelos de la vida como lo es la belleza de la creación o las virtudes que adornan las personas con las que convivimos.
Enseguida nos explicará a grandes rasgos la Inteligencia Artificial (IA)y la rápida capacidad que tiene de imitar, copiar, resumir, sustanciar, adjetivar, corregir, ordenar, y un largo etcétera de cualidades entre las que no está ni la capacidad de crear ni de inventar nada con un poco de talento y una chispa de gracia.
Además, eso de que la inteligencia aprende es un hecho real, pues hace unos meses le pedias que te buscara una cita en un libro y te daba todos los datos para poder poner una cita certera sin tener que ir a la biblioteca a leer el libro o buscar la cita, pero prueba de que ha aprendido es que ahora te contesta que por la ley general de autores ya no te puede dar la página, aunque la tenga.
Lo del “fin del arte” que señala el título de la obra se refiere sencillamente a la famosa frase de Hegel que habíamos llegado al fin del arte porque no se le ocurría que pudiera haber arte después de asomarse a un museo de pintura.
En realidad, luego llegó el arte contemporáneo y dejó hundidas las pobres predicciones de este filósofo que sabría mucho de la fenomenología del espíritu, pero muy poco de arte contemporáneo.
Ciertamente, nos dirá nuestra autora que la Inteligencia Artificial produce sencillamente aburrimiento, porque tiene una total carencia de profundidad, aunque el autor le de muchas instrucciones a la IA (42).
Asimismo, terminará la autora con toda contundencia: “no existe el arte colectivo”, siempre es un artista quien despliega su sensibilidad para producir una obra de arte que podrá ser mejor o peor valorada o entendida, pero siempre hay una impronta personal ineludible (94).
José Carlos Martín de la Hoz
Catrin Misselhorn, La inteligencia artificial y el fin del arte, Herder, Barcelona 2025, 173 pp.