El beato Álvaro

 

La referencia al beato Álvaro viene obligada en esta ocasión pues la fiesta de su memoria en la Iglesia es precisamente el 12 de mayo, aniversario de su primera comunión. Es interesante que realizara ese acontecimiento inolvidable con sus compañeros del Colegio del Pilar de Castelló donde estaba estudiando su vecino y amigo el Siervo de Dios José María Hernández Garnica.

Habitualmente, podemos y debemos acudir al beato Álvaro para pedirle por todas nuestras necesidades materiales y espirituales, pues los santos son amigos de Dios y de los hombres y, por tanto, intercesores entrañables, buenos amigos y, además, quienes con su ejemplo y su palabra son modelos de vida. Además siendo un santo madrileño es lógico que nos cuide de modo especial

Asimismo, no nos olvidemos de anotar y de enviar los favores que alcancemos de Dios por su intercesión; primero, por razón de justicia, pues se lo debemos. Segundo, por razón práctica, porque quien envía los favores, recibe más y, finalmente, porque los santos son eternamente agradecidos y es bueno saber que nos dan las gracias eternamente.

Lógicamente, precisamente por estar en Madrid y recordando que era un buen gobernante como Prelado del Opus Dei hoy, aquí, desde este lugar, es obligado preguntarse por la tarea de gobierno del beato Álvaro en el Opus Dei y por tantos algunas facetas más representativas y singulares de las que podamos aprender para nuestro trabajo.

Lo primero, es estar siempre unido a la mente y al corazón del Fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá. Siempre pendiente de hacer las cosas como él las haría, pues era muy consciente de la verdad de ese principio fundamental: “Hacer el Opus Dei, siendo tú mismo Opus Dei”.

Como él beato Álvaro afirmaba: “Siempre estaremos en tiempos de nuestro Padre”. Estudiar, leer, tener frescos los ambientes, las circunstancias, de ese modo podremos extraer lecciones. Desde luego, hay una muy clara: la Obra es de Dios. El cielo está empeñado en que la Obra se realice.

Sereno y con paz. Acogedor. Tener paz y dar paz. Para eso lo importante es meterse en oración verdadera y preguntarle cada día para preguntarle a Dios qué debemos hacer.  Don Álvaro tenía hipertensión arterial, por tanto, lo que le pedía el cuerpo era subir las escaleras corriendo. La serenidad de don Álvaro era fruto de meditar la filiación divina, de confiar en Dios: llegar puntual a los sitios, con holgura, terminar a tiempo las tareas.

A la vez imprimía un ritmo, una velocidad de crucero a los asuntos, poner los medios humanos como si no existieran los sobrenaturales. Que las cosas no se ralenticen, no se empantanen, rezar los asuntos, trabajarlos y “patos al agua”.

Finalmente, la atención personal, siempre buscaba el bien de todos: uno que se quede atrás es demasiado. Es muy importante no picarse con nadir, ni dejarse enrevesar por la soberbia. Querer a cada alma.

José Carlos Martín de la Hoz