El cielo nuestro de la Navidad

 

Empieza el ambiente navideño con el Adviento y hay muchos adornos que nos lo recuerdan. Es verdad que la mayoría de esas luces y flores están destinadas a motivar el gasto, el consumo, pero también es verdad que nos sitúan en la época en que estamos.  La cercanía de la Navidad es como la entrada al cielo, para muchas personas, que eso sí, no conciben otra felicidad que la posesión o el consumo.

Del ambiente colegial o familiar depende, en gran medida, cómo se afronta este tiempo que es eminentemente cristiano, pues celebramos nada más y nada menos que la venida al mundo del Hijo de Dios. La iconografía es abundante y sugerente y, sobre todo en las casas y en los colegios cristianos, todo ayuda a pensar en ese Niño-Dios que nace en la máxima pobreza.

Pero hasta en los hogares más cristianos se puede deslizar el ambiente hacia el regalo. Bien sabemos hasta que punto seduce el ambiente “corte inglés” o similares. Una auténtica meca del consumismo, un cielo del lujo, del tener de todo, en el que muchos querrían permanecer eternamente. ¿Para qué salir de ahí si hay de todo, en cantidad, de la máxima belleza y con una luz inefable? Es el cielo. Y cualquiera que ha entrado en alguno de estos centros en días recientes entiende por qué lo digo.

¿Hay alguien que pudiera hablar de algo malo en esos super centros comerciales? Allí hay de todo, hay belleza, hay luz. No parece que haya nada negativo. Pero somos conscientes de la dificultad de salir indemnes, libres de pasión materialista. Es difícil, en la sociedad occidental, no resultar manchado por el consumismo. Hay muchas cosas que nos parecen necesarias, que son excesivamente atrayentes.

Un experto en terapia familiar, en una reunión con casi una decena de matrimonios jóvenes con hijos pequeños, ante la pregunta sobre los regalos, dijo con seguridad: a los niños un regalo de cierta entidad, luego puede haber algún detallito pequeño, tipo chuche, dibujo, etc.; un regalo familiar, tipo juego colectivo, y, siempre, para cada uno, un libro. Ni más ni menos.

Y con los abuelos y los padrinos y demás parentela dispuesta a granjearse la gratitud del niño ¿qué hacemos? Pues habrá que decirles, con firmeza, que pueden hacer algún tipo de regalo efímero, plastilina, recortables, cosas para pintar, etc. O sea, prohibido terminantemente bicicletas, móviles, y demás familia.

Y entonces, una de las mamás presentes, me comentaba que uno de sus peques, de cuatro años, ante cualquier tipo de juguete que veía en la publicidad de la tele, o en un escaparate, o a un vecino, a todo dice que él también lo quiere. Experiencia, al niño hay que decirle que elija, para la carta a los Reyes, el regalo que quiera, con seguridad, aportada por los padres, de que solo habrá uno. ¡Qué difícil!

Al mismo tiempo, entre todos, padres, hermanos, educadores, sacerdotes en la homilía, etc., el empeño por mostrar la maravilla de la venida de Jesucristo. ¡Cuánto pueden llegar a disfrutar los peques en la construcción del Nacimiento! Ahí sí que merece la pena echar el resto, dedicar tiempo, comprar buenas figuras, y procurar que los niños sean parte activa. En definitiva, hay que conseguir que ese sea el auténtico cielo de la Navidad.

Ángel Cabrero Ugarte

Auster, P., El cuento de Auggie Wren, Lumen 2003

Monasterio, E., El Belén que puso Dios, Palabra 2009