El Concilio Vaticano II



El Prof. de Historia de la Iglesia de la Universidad de
Georgetown, especialista en Historia de la Iglesia Moderna,
nos ofrece en esta obra un análisis del desarrollo y de la gestación de los dieciseis documentos proclamados por el Concilio Vaticano
II. Sus conocimientos históricos le llevan a constantes comparaciones con el
Concilio de Trento y a procurar mostrar las raíces históricas de los temas
abordados y de las mentalidades de los principales teólogos y Padres
conciliares que intervinieron.


O’Malley logra una naracción
apasionada, viva, de los acontecimientos por los que atravesó el Concilio,
salvando así la aridez de la materia para transformarla en un estudio, a ratos,
apasionante.


La
primera apreciación de las conclusiones debería haberla colocado en la introducción. O’Malley afirma
que ha optado por explicar el Concilio como el drama (p.290) de la lucha de dos
grupos: la mayoría y la minoría, en vez de hacerlo, como otros autores, en conservadores y progresistas (p.292). En
realidad, después de leer el libro, se podría afirmar que no hubo tales grupos
sino diversas personalidades que, desde su conciencias
y sus conocimientos teológicos aportaron al Concilio lo que les parecía que
podía ser mejor para la Iglesia. Sencillamente rezaban, no sólo
maniobraban en camarillas o grupúsculos ideologizados. El Espíritu Santo estuvo
presente como en los concilios anteriores


En
cualquier caso, no resulta suficientemente probado la clasificación que realiza
el autor del Papa Juan XXIII como no intervencionista y Pablo VI como intervencionista
(pp.246 y 248). Por los datos que aporta, más bien se trataba de cumplir con su
misión. Fueron diversas las circunstancias y situaciones. Además, como muestra O’Mullay las cartas enviadas al Santo Padre por los
diversos Padres Conciliares también eran parte de la responsabilidad personal
de unos y otros. Parece claro que el Concilio mostró que una cosa es la
colegialidad y otra la democracia.


El
concepto "espíritu del concilio" no sólo puede interpretarse, como hace
O’Mulley, como aggiornamiento, puesta al día o
profundización en el mensaje cristiano para el diálogo con el mundo. También,
en Europa, fue utilizado para difundir modos de hacer que no correspondíancon con los documentos del Concilio y llevaron
a muchas exageraciones e incluso a tergiversaciones, no sólo después del
Concilio sino durante el propio Concilio.


Las
apreciaciones benévolas del autor acerca de Rhaner, Theilard de Charden, Bultmann (p.235), no corresponden con la realidad del
fenómeno de contestación que se desató en aquellos años y la consecuente
desorientación de muchas almas. Desde luego el tratamiento del control de la
natalidad y de la doctrina de la
Humanae vitae (pp. 237 y 238, 296) son claramente insuficientes.


Este problema de la recepción del Concilio es una cuestión
pendiente para el estudio histórico. Como señala el autor faltan documentos
para valorar tanto el desarrollo conciliar como su posterior recepción (p.185).
En cualquier caso la obra no subraya la llamada universal a la santidad como
uno de las aportaciones del Concilio, así como en concreto su aplicación a los
laicos (pp. 230 y ss) y a los sacerdotes (pp. 273 y ss, 305), como ha hecho Juan Pablo II a lo largo de en su
Pontificado y en la Novo MilennioIneunte


 


José Carlos Martín de la Hoz


 


John W. O’MALLEY,
What happened at Vatican II, ed. Belknap-HarvadUniversity, Cambridge
(Massachutsetts) 2010, 380 pp.