El doctor de la unidad

 

Tiene razón el escritor, teólogo y canonista, el sacerdote de la diócesis de La Calzada, Calahorra y la Rioja, Pedro Jesús Lasanta, cuando llama a san Ireneo de Lyon “Doctor de la unidad”, no solo por sus tempranas doctrinas acerca de la importancia de vivir unidos a todos los obispos del orbe y en intima comunión con el Romano Pontífice, tal y como habían expresado con anterioridad san Pablo, san Juan y san Policarpo sus verdaderos maestros.

Fundamentalmente, san Ireneo de Lyon es el doctor de la unidad, pues al combatir denodadamente las doctrinas maniqueas, las de Marción, los valentinianos y, sobre todo, las ideas de los gnósticos romanos de su tiempo, puede llamarse en verdad el doctor de la unidad de la fe y de la “regla de la fe”.

En efecto, el siglo II es el momento delicado de la Historia del cristianismo primitivo pues empieza a perderse la cadena humana de los que habían visto y oído a Jesús y comienza el tránsito de la Tradición oral a la Tradición escrita. En una sociedad de analfabetos este es el momento más delicado. Todos recordaban y tenían grabada la primera predicación evangélica y de ella no se apartaban: eran los testigos de la escucha de la Palabra de Dios.

En efecto, durante siglos se conminaba a los catecúmenos y a los neófitos en la fe a ser discretos con lo que se denominaba la “regla de la fe” o el arcano de la fe, que se contiene fundamentalmente en el símbolo de los apóstoles y que aprendían de memoria, no solo porque eran analfabetos sino porque había que evitar que trascendiera y llegara a manos de los impíos que no debían mofarse de las cosas divinas.

Es una maravilla contemplar los dos grandes textos de san Ireneo que han llegado hasta nosotros de manera fiable, sobre “Contra los herejes” y “La demostración de la predicación evangélica”, pues son trabajos redactados en el siglo II por un obispo que procedía de la Tradición Oriental y que tomó posesión de la sede de Lyon, en las Galias donde pudo pastorear y, por tanto, no solo ser un puente entre Oriente y Occidente, sino un testigo de la unidad de la fe.

Es muy interesante comprobar cómo san Ireneo buscaba las tradiciones de los apóstoles que se conserven en las iglesias particulares que fundaron y también las explicaciones que aportaron en los comentarios al Nuevo Testamento. Explicaciones de las Escrituras y conocer la doctrina en sus fuentes originales, es decir en las Escrituras y en la Tradición (12).

Inmediatamente, en los escritos de san Ireneo se trasluce su amplia cultura, tanto de la literatura clásica griega como latina, basta con enumerar las abundantes citas que transcribe, frutos de buenas bibliotecas y cuyas expresiones perennes y aportaciones de la humanidad clásica son revisadas por nuestro autor y vierte con naturalidad en sus escritos pues lo natural y lo sobrenatural proceden de Dios (13)

José Carlos Martín de la Hoz

Pedro Jesús Lasanta, San Ireneo. Doctor de la unidad, ediciones San Pablo, Madrid 2022, 279 pp.