Indudablemente, la virtud de la humildad es la segunda clave en el estudio de la heroicidad de las virtudes en un proceso de beatificación y canonización. Esto es así desde los tiempos de los padres de la Iglesia y, especialmente, desde la teología monástica, donde tras el amor de Dios se buscaban los testimonios en la negación del propio yo.
Comencemos por presentar a Isaac de Nínive, un monje eremita, posteriormente obispo de Mesopotamia que vivió en el siglo VII, pocos años antes de la invasión islámica de aquella zona del Oriente Medio. Fueron los pocos años de su pontificado pues sus deseos de soledad terminaron por alcanzar el permiso paras poder dimitir (16) y retirarse hasta la muerte a la vida de contemplación y purificación en la que murió (20).
La virtud de la humildad en los tratados y cartas del Padre Isaac de Nínive se centran fundamentalmente en la nulidad del hombre quien debe apoyarse exclusivamente en la misericordia de Dios para encarar la tarea de la santidad (17). Precisamente, añadirá, que Dios ya contaba con nuestra debilidad incluso antes de crearnos (32).
También aportará importantes aforismos orientales muy característicos de su lenguaje teológico: “No discutas sobre la verdad con aquel que no conoce la verdad” (39). Y, un poco después: “Para todo cristiano el lugar del conocimiento de Dios es la cruz” (40).
Asimismo, resulta de un gran interés lo que denomina la teología del límite, es decir, comprobar la finitud del hombre en sus miras e ilusiones sobrenaturales (53), en la constatación del pecado en el actuar libre (54), y en la afirmación final del apartado: “no tener miedo a amar pues siempre estará Dios para levantarnos” (62).
El capítulo dedicado a la acción del Espíritu Santo en el alma del cristiano merece ser estudiado despacio: “El Espíritu habita en el hombre y penetra todo su ser; la celda íntima, el corazón, la mente, los sentidos espirituales. El corazón es el lugar donde los sentidos del alma se conjugan con los del cuerpo; es el lugar donde la experiencia interior y exterior se comunican, se revelan y se instruyen mutuamente” (67).
No podía faltar un capítulo dedicado a la lucha espiritual, al “combate espiritual” siempre presente en la patrística y especialmente en los padres del desierto: la lucha contra el propio yo: el orgullo, la soberbia y vanagloria (75).
Terminaremos con el capítulo dedicado a las armas de este peculiar combate contra uno mismo: “la negación de si, la renuncia, la pobreza, la estabilidad y la perseverancia, la vigilia, el ayuno, la castidad, la celda y la soledad, la quietud. Otras son más especiales, como el recuerdo de los comienzos, la atención a las cosas pequeñas y el deseo” (91).
José Carlos Martín de la Hoz
Isaac de Nínive, El don de la humildad, Sígueme, Salamanca 2025, 190 pp.