El estado de naturaleza según Hobbes

 

El interesante desarrollo de la filosofía inglesa del siglo XVII, va indudablemente unida tanto a los avatares de la vida política, como los de la vida religiosa pues, no olvidemos que, desde el extenso gobierno de la Reina Isabel, la corona inglesa es ya la cabeza visible de la Iglesia Anglicana, aunque se convierta ocultamente al catolicismo como Carlos II (LXXXIV) o se prohíba terminantemente a los sacerdotes celebrar la Santa Misa Católica bajo pena de muerte.

Así pues, no es de extrañar que en esta Antología de textos de Thomas Hobbes (1588-1679), realizada por el intelectual, catedrático y político español de la Transición, Enrique Tierno Galván a lo que se ha unido por el interés de la materia, la extensa introducción del catedrático de Cambridge Richard Tuck, se aborden las cuestiones religiosas, junto a otras, como la libertad de los hombres frente al estado o la teoría del conocimiento.

El “ateo” literato, filósofo y científico Thomas Hobbes, preceptor de nobles familias de abolengo inglesas (Devonshire, Clifte, Newcastle) estuvo desterrado en París por la corona inglesa (1640-1651) y, posteriormente, volvió a serlo, esta vez fuera de Londres (en Hardwick donde murió ya muy envejecido), por la traición de sus propios correligionarios (1666-1679), de modo que, debido a las convulsas guerras civiles inglesas, Hobbes no pudo evitar considerarse un escéptico.

Es importante descubrir a Hobbes a sus noventa años interesado por los descubrimientos científicos de su tiempo, por sus encuentros con Galileo, a fin de conocer mejor el método científico de su tiempo, así como los logros, descubrimientos y certezas y, consecuentemente, anhelar dar al pensamiento moral y política al menos parte de dichas certezas como puede en antologías de sus dos obras clásicas; el tratado del ciudadano y el Leviathan (p. XVIII), que se incluyen en esta obra.

Ya desde que tradujera los textos de Bacon del latín y del inglés al italiano, para remitirlos a la República de Venecia, Hobbes había aprendido a ser prudentemente ambiguo y a divulgar los conocimientos de la nueva ciencia con mucho cuidado para no levantar sospechas y, por tanto, para subrayar la importancia de las sólidas certezas, es decir, “el estado de naturaleza”. De hecho, concluirá, que no tiene necesidad de hablar de Dios (LXI).

Como recuerda Richard Tuck: “su epitafio en la iglesia parroquial de Ault Hucknall, cercano a Hardwick, por él mismo redactado, resulta profundamente orgulloso y profano: Esta es la tumba de un verdadero filósofo -que como observó un crítico clerical, había albergado en su interior ‘tanta religión como ahora falta’-. Hobbes parecía haber muerto como había vivido, como un astuto y escéptico humanista y el Leviatán sigue siendo uno de los textos fundacionales de nuestra política, en la medida en que los Estados en los que vivimos fueron en líneas generales moldeados por los conflictos de ese periodo” (XCII).

José Carlos Martín de la Hoz

Thomas Hobbes, Antología de textos políticos, Del ciudadano y Leviathan, edición Enrique Tierno Galván-Richard Tuck, ediciones Tecnos, Madrid 2013, CLX+275 pp.