El mal de Montano

Carlos Vila-Matas en "El mal de Montano" (2002) aborda la literatura como enfermedad. No es una hipótesis
que se deba desechar, como se comprueba después de la lectura, dificultosa, del
libro. El autor distingue entre el "mal de Montano" en su versión ágrafa: el
escritor se siente invadido intelectualmente por las ideas de otros autores que
suplantan su propio yo y le impiden escribir algo propio. Vila-Matas confiesa
padecer la forma atenuada de la enfermedad, a la cual denomina "mal de
literatura".

El que padece este mal asocia involuntariamente cualquier cosa que
haga o diga a lo que, antes que él, han hecho, dicho o escrito otros autores
(las películas también participan de este proceso de asociación). El resultado
es apartar al autor de lo real en favor de la ficticio; un mundo paralelo al
que no es capaz de renunciar.

Cuenta el escritor que una mañana vio venir hacia él una
barca al fresco del amanecer y por primera vez no asoció este hecho a un pasaje
literario. En ese momento la realidad tuvo para él más atractivo que la
ficción.

El mal de literatura es molesto para el que convive con el
escritor y al que probablemente no importan los dichos y desventuras de los
autores del pasado, pues ya tiene suficiente con convivir con uno en el
presente. Si el afectado por el mal de literatura se pone a escribir produce un
torrente de anécdotas y citas eruditas que marean al lector. Salta sin previo
aviso de la realidad a la ficción, quizá porque él mismo no las distingue.

Vila-Matas señala como en esta obra "reúne ensayo, memoria personal, diario,
libro de viajes y ficción narrativa". Sin embargo cada género literario
necesita un ritmo de lectura y un grado de concentración distintos. El cambio
de género lleva al lector a saltarse párrafos y
páginas enteras en busca del argumento perdido.

El mal de literatura no es nuevo y, en cualquiera de sus
dos versiones, puede afectar tanto al escritor como al lector. Don Quijote, el
loco más egregio de nuestras letras, lo padecía. Es propio del mal de
literatura en el lector rebuscar entre papeles y libros, tal como cuenta
Cervantes que le ocurrió en el alcaná de Toledo, en
búsqueda compulsiva de la letra impresa.

En conclusión escribir por escribir no es un fin en sí
mismo, igual que leer tampoco. Ello nos lleva a preguntarnos cuál es la
finalidad de la literatura y qué debemos desestimar como tal.

 

Juan Ignacio Encabo