El misterio de la salvación

 

La historia de la teología nos recuerda que el hombre y, por tanto, el cristiano avanza en el conocimiento de la revelación de Jesucristo y en el conocimiento del propio ser, de nuestro yo, a través de la inspiración del Espíritu Santo que. Siempre Ilumina nuestro entendimiento y nos hace penetrar en el dato revelado hasta alcanzar nuevas luces.

Asimismo, la teología nos recuerda que “fides quaerens intellectum”, es decir que la fe es interrogada por el entendimiento y que, según San Anselmo, lo hace a través de las preguntas que hacemos a la Sagrada Escritura, a la Tradición y al Magisterio sobre la cuestión de que se trate.

Finalmente, también avanzamos, y mucho, por cierto, mediante las preguntas que honradamente, hemos de hacerle habitualmente a Dios, a los demás y a nosotros mismos.

Es verdad que la teología, como decía el cardenal Ratzinger, siempre ha de ser teología arrodillada, pues todo y todos, hemos de dialogarlo despacio con nuestro Dios, pero también es cierto que es capital el examen de conciencia personal y de toda la Iglesia, para que ahondemos más y más.

También, es lógico que siendo la Iglesia una familia de abolengo, preguntemos no solo a nuestros mayores, sino a los Padre de la Iglesia y a los teólogos de cada etapa de la historia, por los problemas de su tiempo y los de nuestro tiempo y que escuchemos con humildad sus lecturas de la Sagrada Escritura, de los Padres y del Magisterio de su tiempo, pasadas por la teología y los teólogos de cada época. Tantas respuestas terminarán por ayudarnos a tener luces y resolver y avanzar en nuestras propias respuestas.

La pregunta por el sentido y el fin de la redención de Jesucristo del género humano es ya una pregunta clásica y más desde que san Anselmo de Canterbury (1033-1109) la planteó abiertamente en sí siglo XI con ese magnífico tratado que todavía sigue siendo fuente de inspiración teológica y de conmoción para nuestra vida espiritual: “Cur Deus homo? Por qué Dios se hizo hombre”.

Esta pregunta ha recibido, por lo menos, tres grandes respuestas. La primera porque el pecado se mide por la persona ofendida y, por tanto, una ofensa infinita solo podía ser saldada por alguien que pudiera hacer méritos infinitos y ese era Jesucristo que asumió la naturaleza humana junto a la naturaleza divinamente y satisfizo la justicia divina saldando la deuda por nosotros.

La segunda, pues la maldad del pecado y la herida sólo podía curarse con la infinitud de la reparación. De una redención infinita, y eso solo podía hacerlo Jesús al unir la naturaleza humana con la naturaleza divina. Restañar el dolor y condonar el corazón herido.

Finalmente, la respuesta de san Alfonso María de Ligorio, fundador de los Redentoristas, es la más reciente y las más contundente, porque Jesús está loco de amor por cada uno de sus hijos y decidió salvarnos del infierno con un sacrificio de valor infinito que muestra un amor infinito.

Es decir que las tres palabras claves para responder a la pregunta anselmiana son perfectamente complementarias: satisfacción, reparación, donación. Con esas tres palabras se responde a la objeción que el profesor Cordovilla recuerda al comienzo de su estudio teológico sobre la redención, cuando nos recuerda que hoy día “parece que el hombre contemporáneo no siente la necesidad de ser salvado” (18). Muchos no lo sentirán, otros sí, pero en cualquier caso hemos de presentar a Jesucristo a nuestros contemporáneos, como quien nos ha amado primero y de modo infinito.

José Carlos Martín de la Hoz

Nuria Martínez-Gayol (cood.) Retorno de amor. Teología, historia y espiritualidad de la reparación, ediciones Sígueme, Salamanca 2019, 366 pp.