El misterio eucarístico



A las puerta del año
de la fe y respondiendo a la petición de Benedicto XVI en su documento de
convocatoria Porta Fidei, conviene subrayar
el realismo con el que que vivían los primeros cristianos la presencia real y
sacramental de Jesucristo en la
Eucaristía.


Comencemos por
recordar que la fe eucarística, para San Ignacio de Antioquía al comienzo del
siglo II, era signo claro de pertenecer a la verdadera Iglesia:
"De la Eucaristía y de la
oración se apartan porque no confiesan que la Eucaristía es la carne
de Nuestro Salvador Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados, la que por
bondad resucitó el Padre
".


Unos
años después, en la Apología
de San Justino, se expresaba claramente el principio cristiano de la fe en la
realidad del cuerpo y la sangre de Jesucristo:
"Porque no tomamos estas cosas como pan común, ni como
vino común, sino que así como Jesucristo Nuestro Salvador, hecho carne por el
Verbo de Dios, tuvo carne y sangre para salvarnos, así también hemos recibido
por tradición que aquél alimento sobre el cual se ha hecho la acción de gracias
por la oración que contiene las palabras del mismo, y con el cual se nutren por
conversión nuestra sangre y nuestras carnes, es la carne y la sangre de aquél
Jesús encarnado
". Así desde entonces, para que
alguien pueda acercarse a comulgar debe saber distinguir entre el pan común y el
pan eucarístico, principio que sigue exponiéndose en la catequesis para la
primera comunión.


La identidad de las
expresiones se fue transmitiendo en los siguientes siglos. Ese realismo les llevaba a esforzarse en que
nada pudiera caerse, tanto del pan consagrado como del vino consagrado. Por
ejemplo S. Hipólito, también el el siglo II, hacía una llamada a la responsabilidad a la
hora de trasladar
el cáliz:
"Con la bendición, se recibe el cáliz en nombre de Dios,
como símbolo de la sangre de Cristo. Por tal causa nada debe ser derramado, por
temor a que un espíritu extraño lo ingiera. Si tú lo desairaras, serás tan
responsable de la sangre vertida como aquél que no valora el precio por el que
fue adquirido
". Y con gran crudeza
decía Tertuliano, ya en el siglo III:
"Sufrimos ansiedad si cae al suelo algo de nuestro cáliz o
también de nuestro pan
". De ahí se derivaba
el uso de una bandeja a la hora de la comunión que perdura hasta la actualidad,
como el que se dejara de repartir el sanguis
y los fieles sólo comulgaran habitualmente bajo la especie del pan consagrado.


También
se conservan algunos testimonios de cómo quedaba reservada la eucaristía
después de la Santa Misa
para la adoración de los fieles y para ser llevada a los enfermos. es significativo
este texto de Orígenes en el siglo III:
"Conocéis vosotros, los que soléis asistir a los divinos
misterios, cómo cuando recibís el cuerpo del Señor, lo guardáis con toda
cautela y veneración para que no se caiga ni un poco de él, ni desaparezca algo
del pan consagrado. Pues os creéis reos, y ciertamente por cierto, si se pierde
algo de él por negligencia
".


Como
afirmaba Mons. Javier Echevarría: " Y consideramos que Él ha querido utilizar
una materia de esta tierra nuestra -el pan y el vino- para manifestarnos
también así que todo lo sobrenatural, cuando se refiere a las criaturas, sin
perder para nada el carácter mistérico, es muy
humano, y que Él mismo nos atiende -también humanamente en nuestras necesidades
físicas y espirituales
".


 


 


José Carlos Martín de la Hoz


 


J.
ECHEVARRÍA, Vivir la Santa
Misa
, ed. Rialp, Madrid 2010.