Los que hayan nacido en las últimas décadas del siglo pasado, no pueden ser conscientes de la situación de la Iglesia después del Concilio Vaticano II (1962-1965). Por alguna razón, fueron muchos los que pensaron que todo había cambiado y que podían prescindir de las tradiciones litúrgicas, teológicas y morales de la Iglesia Católica. Como reacción frente al desorden, apareció en algunos rincones un movimiento integrista que rechazaba cualquier cambio, incluso la aceptación  de los documentos conciliares. No parecía haber nadie capaz de gestionar aquel conflicto hasta que la elección del papa Juan Pablo II pareció detener la marea. La Iglesia en su conjunto -siempre hay disidentes- agradeció la aparición de aquel papa joven y resuelto.

El libro Francisco, el Papa manso pone de relieve la violencia que alcanzó la división en el clero, los religiosos y los mismos obispos de Argentina. A decir de los autores, el hecho produjo un gran sufrimiento en Jorge Mario Bergoglio, provincial de la Compañía de Jesús, rector de su seminario y facultad de teología y, finalmente, Arzobispo de Buenos Aires: "Como provincial y rector del Colegio Máximo -leemos- había sufrido mucho viendo las divisiones y la intolerancia que las corrientes ideológicas habían introducido en la vida del pueblo de Dios, especialmente por la fractura que había tenido lugar dentro de la propia Compañía de Jesús" (pág.114).

La crisis del postconcilio afectó fundamentelamente a clérigos y religiosos: "No se entendía bien -dicen los autores- cómo hacer compatible la atención pastoral y el servicio del sacerdocio con el compromiso político y social. Algunos jesuitas dejaron la Compañía y se dedicaron abiertamente a la política, incluso algunos de ellos ingresaron en alguna guerrilla de izquierdas optando por la lucha armada" (pág.54). La crisis coincidió en ese país con el establecimiento de una Dictadura Militar entre 1976 y 1983. Los militares se adscribieron a la facción integrista y se mostraron dispuestos a acabar físicamente -o sea a matar- a todos aquellos a los que consideraban progresistas. El libro da los números aproximados de asesinados, desaparecidos y exiliados entre el clero, religiosos y algún obispo. De Bergoglio dicen que "estaba bajo sospecha".

Hoy sabemos que la actuación política corresponde a los laicos, y que los pastores deben estar abiertos a los hombres y mujeres de cualquier orientación. Ambos brazos abiertos, como Cristo en la Cruz -decía entonces san Josemaría Escrivá. Bergoglio nunca incurrió en aquel error. Escriben los autores que "comprendió la opción preferencial por los pobres no como una opción política, sino como una consecuencia inmediata de la centralidad de Cristo" (pág.87). Tampoco fue partidario de la condena automática de los disidentes sino de la escucha, el diálogo y la acogida "incluso aunque parezca que se equivocan" (pág.126). Uno de sus colaboradores recuerda que decía: "Nuestro lugar está con los pobres, pero en la evangelización" (pág.65).

Esto no le impidió -ya Arzobispo de Buenos Aires- impartir el correspondiente juicio moral: "Desde hace unos cuantos años -explicaba a unos periodistas-, la Argentina vive una situación de pecado, porque no se hace cargo de la gente que no tiene pan ni trabajo. La responsabilidad es de todos. Es mía como obispo. Es de todos los cristianos. Es de quienes gastan el dinero sin una clara conciencia social" (pág.88). Estas palabras de Bergoglio en 1988 eran tan ciertas entonces como hoy, para todos los países, los cristianos de todo el mundo y también para los no cristianos. Aun así escribe San Pablo: "¿Cómo creerán si nadie les predica?" (Rom 10,14). Pero si se predica es igual, porque dice Dios Nuestro Señor: "Ha cegado sus ojos y endurecido su corazón, no sea que con sus ojos vean, con su corazón entiendan, y se conviertan y yo los sane" (Jn 12,40).

Menciono, por último, la liberación -la Teología de la Liberación- que tanto influyó entonces en América Latina y que llevó a algunos a confundir la fe con una opción política. La liberación de los hombres exige buena voluntad, pero fundamentalmente infundir esperanza. Así lo consideraba Bergoglio en 2001, predicando en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires: "Hacernos cargo de la esperanza es caminar junto a Jesús en los momento más oscuros de la cruz, en los momentos en que las cosas no se explican y no sabemos cómo van a seguir" (pág.213).

Pienso que la lectura de este libro puede ayudar a entender un Pontificado -el de Francisco- muy poco comprendido, explicando el momento histórico y los antecedentes en los que creció y tuvo que trabajar el futuro Pontífice.

Juan Ignacio Encabo Balbín
Marcelo López Cambronero y Feliciana Merino, Francisco. El Papa manso, Planeta, 2013.