EL Pueblo de Dios en marcha

 

En este final de la pandemia, los cristianos nos hemos sentido, una vez más en las manos de Dios de manera muy particular. En ese sentido, desde la recepción de los teólogos de la Encíclica “mystici corpori” del papa Pío XII (1943), comenzaron muchos estudios e investigaciones que llevaron a sacar el máximo fruto a la figura de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, a la vez que se iban perfilando las carencias que toda imagen conlleva respecto al original, así como la escasa raigambre entre los padres de la Iglesia de semejante imagen. Efectivamente, los estudios patrísticos y exegéticos de la primera mitad del siglo XX confluyeron en el Concilio Vaticano II y, en concreto en subrayar la imagen de nuevo pueblo de Dos en marcha. Estamos, por tanto, ante la Eclesiología del siglo XX como verdadero “tratado” teológico y pastoral.

Enseguida se produjeron abundantes desarrollos de la teología bíblica y patrística sobre la esencia de la Iglesia. La reflexión sistemática de algunas obras importantes en ámbito eclesiológico: En la línea de abordar algún texto clave, podemos recordar la interesante obra de Henri de Lubac, Catolicismo. Por ejemplo, señalaba de Lubac con toda la fuerza y la ironía necesaria que la fidelidad requiere fe y vida para el encuentro personal: “no todas las edades cristianas han puesto la misma diligencia en beber de las fuentes que no cesan de difundirla (…). La fidelidad a una tradición no es nunca, por lo demás, una repetición servil” (252).

En cualquier caso, es interesante que uno de los más grandes autores de la teología de la historia afirme: “la teología católica que tenía en el pensamiento de los padres un lugar considerable, no había sabido encontrarse -o darse- su base indispensable: una filosofía de la historia más sistemática. Queremos decir una filosofía de la historia como tal, una filosofía del tiempo humano” (255). Así pues, la teología de la historia requiere honradez personal, pues la historia real es el encuentro personal de cada cristiano con su redentor. De ahí que una de las causas del oscurecimiento de la teología de la historia, la enuncia nuestro autor páginas después cuando trata del concepto de persona en el cristianismo original: “ser persona, es siempre, según el antiguo sentido original, pero interiorizado, tener encargado un papel, es esencialmente entrar en relación con otros para concurrir a un Todo”. Esto es clave, pues las relaciones con Cristo tienen un sentido de totalidad.

La conclusión, es certera: “El llamamiento a la vida personal es una vocación, es decir un llamamiento a representar un papel eterno. Se percibe quizá ahora cómo el carácter histórico que hemos reconocido en el cristianismo, así como su carácter personal, aseguran la seriedad de este papel: siendo como es irreversible, nada ocurre nunca más que una sola vez de suerte que todo acto adquiere a la vez una dignidad particular y una gravedad temible. Precisamente porque el mundo es una historia, una historia única, la vida de cada uno es un drama” (275-276). Se trata, por tanto de la Iglesia, del Pueblo de Dios en marcha, que camina con Jesucristo a la cabeza, abriendo camino y sumando hombres y mujeres de toda raza y condición, prendados por Jesús.

José Carlos Martín de la Hoz

Henri de Lubac, Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, ediciones Encuentro, Madrid 2019, 403 pp.