El realismo eucarístico

 

Gracias a Dios en estos días de la pandemia estamos recibiendo del Santo Padre Francisco, de los obispos y de los pastores de la Iglesia Católica, abundantes indicaciones y sugerencias espirituales, llenas de caridad y amor a las almas, especialmente a los enfermos y sus familiares que están serenando y pacificando nuestras almas y orientándonos en el camino. También hemos de dar gracias a Dios por la prudencia y conformidad de estas indicaciones con las de las autoridades sanitarias de modo que verdaderamente sentimos la providencia ordinaria de Dios que nos habla conjuntamente a través de todos los que dirigen nuestras vidas.

Respecto a la recomendación concreta de la Conferencia episcopal española acerca del uso habitual en estas semanas de pandemia de la comunión en la mano, los obispos han tomado esta medida excepcional, apoyándose en las dos facetas del problema: el realismo eucarístico y el realismo sacramental.

En primer lugar, se ha subrayado la realidad de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía y la tradicional responsabilidad de la Iglesia de dar indicaciones precisas para acercarse siempre a recibirlo con la piedad, amor y reverencia necesarias.

De ahí la importancia de acercase bien preparado espiritualmente sabiendo a quien amamos y a quien recibimos; con las debidas condiciones de tiempo de ayuno, limpieza de conciencia de pecado mortal, preparación previa espiritual y las condiciones higiénicas básicas.

Inmediatamente, nos han recordado la importancia de que el sacerdote además de lavarse las manos antes de celebrar la Santa Misa, de utilizar el lavabo previsto en la celebración con la máxima unción, purifique sus dedos de nuevo antes de distribuir la comunión depositando, finalmente, la forma sobre la palma de la mano del comulgante.

Así mismo, nos han explicado las autoridades civiles y eclesiásticas un principio de biología que debemos recordar y es el siguiente: el coronavirus se trasmite, con mucha frecuencia, por el aliento de la persona, de modo que si un sacerdote acercara sus dedos a la boca del comulgante el aliento podría contener el virus, penetrar por la epidermis (recordemos la porosidad de la piel de los dedos) e infectar al sacerdote. Si dar la comunión en la mano sin las necesarias condiciones higiénicas podría contagiar al comulgante, recibir la comunión en la boca redundaría en un riesgo inmediato, mucho mayor, en un sacerdote en cuyas manos está en gran parte el peso de la Iglesia.

Me venía a la cabeza estos días la conmovedora carta de agradecimiento de san Cipriano a los fieles de la diócesis de Cartago desde su confinamiento en la persecución de Decio en el año 250, al saber que algunos sacerdotes se arriesgaban a entrar en las cárceles para celebrar la Santa Misa o llevar la comunión a los mártires antes de que fueran sacrificados, pero no dejaba de recordarles que no se arriesgaran: “no dejéis Cartago sin sacerdotes” (27).

José Carlos Martin de la Hoz

Breve Historia de las persecuciones contra la Iglesia Católica”, Rialp, Madrid 2015, 223 pp.