En los días más o menos monótonos –jornadas parecidas a otras jornadas–, a veces, salta la sorpresa, lo inesperado. Me sucedió hace poco al llegar a mi casa a mediodía. David, el portero, me entregó un sobre un poco grande que había dejado esa mañana el cartero y que no cabía en el buzón. Se trataba sin duda de un libro y, al fijarme en el remitente, mientras subía por la escalera hacia el piso, aumentó el interés por el contenido del abultado paquete.

            Cuando lo abrí, me encontré, ¡oh sorpresa!, con las poesías de Manuel Ballesteros, escritas desde 1995 a 2014, en una excelente edición de Renacimiento. Este hecho daba al día un gozo grande e inesperado, lo singularizaba. Cuando por la tarde pude sentarme con más calma y hojear el volumen, recibí nuevas alegrías, porque descubrí que los dos últimos poemarios incluidos en esta edición eran inéditos y, por tanto, no los había leído.

            He de decir que mi encuentro con la poesía de Manuel Ballesteros ha sido casual. Hace ya bastantes años cayó en mis manos su poemario El amanecer de la alabanza y, a partir de entonces, he seguido su trayectoria lírica con mucho interés y he podido leerla entera, así como Saberlo antes, un libro de relatos. A Manuel Ballesteros, leonés, que es registrador de la propiedad y vive en Barcelona, no lo conozco personalmente, aunque espero hacerlo algún día. Hace unos años, en cambio, me presentaron a uno de sus hijos –estudiante en Madrid–, con ocasión de un homenaje en el Colegio Mayor Moncloa a Carlos Pujol (q.e.p.d.), gran amigo de Manuel y de su familia, en quien sin duda el poeta habrá encontrado un gran apoyo.

            En el aspecto formal, la poesía de Manuel Ballesteros no es hermética, nos habla con claridad de los grandes temas de siempre, con un gran sentido del ritmo y un dominio sobresaliente del verso endecasílabo y con un trasfondo de humanidad, de serenidad, también con sus toques de ironía, y de trascendencia. Si nos ceñimos a Lectura de la Eneida y a Los misterios del Rosario, los dos últimos poemarios, que me han parecido excelentes, pienso que muestran el haz y el envés de la compleja realidad existencial en la que nos movemos, sobre todo en occidente: una cultura un tanto relativista, escéptica, desconcertada, casi inevitablemente nihilista, frente a la apertura cristiana a Dios y al sentido amoroso de la existencia. Aquel regalo ha tenido consecuencias enriquecedoras y pienso que el mejor modo de agradecerlo es invitando a otros a que participen también de este gozoso e inesperado encuentro.

Luis Ramoneda