Desde que el papa Francisco escribió la Exhortación apostólica “Gaudete et exultate” acerca de la santidad canonizable en la que no utilizó el concepto de virtud, todos los autores de espiritualidad han entrado en disputa acerca de la disyuntiva entre bienaventuranza y la virtud.
En realidad, el problema teológico se resuelve en el momento en que descubrimos que tanto las, las bienaventuranzas como las virtudes, son dones de Dios. Unos a posteriori, como al final del camino y otros a priori. Pues las virtudes fundamentales: las virtudes teologales y cardinales, son infundidas por Dios directamente en el bautismo, es decir, en el nacer del cristiano, en su puesta en camino hacia la santidad.
Las bienaventuranzas son el regalo de Dios de una vida lograda, pues las bienaventuranzas son los dones de Dios que adornaron a Jesucristo; algo así como su rica personalidad y que también adornan la verdadera vida santa de los que imitan a Jesucristo.
De hecho, Georges Chevrot (1879-1954), uno de los autores clásicos de la espiritualidad cristiana del siglo XX caracterizaba a las bienaventuranzas como “la aventura de ser perfectos”, es decir de haber recibido la santidad, la bienaventuranza.
En cualquier caso, siempre el evangelio nos precede, el amor de Dios no nos exige nada, ni nos echa en cara nada, ni nos reprende nada, simplemente nos invita a la intimidad con Jesucristo (19).
Es interesante descubrir, nos dice Chevrot que el discurso de las bienaventuranzas, destinado a todos los hombres de todos los tiempos, la invitación a la santidad, fue pronunciado al aire libre y se desarrolló a la luz del día y se extendió de corazón a corazón al aire libre: se trataba de recibirlo y de corresponder a esa gracia grabándola en el alma y en la conducta: “Un cristianismo en movimiento” (22).
Un cristianismo siempre joven, porque el alma enamorada es siempre joven, como recordaba san Pablo: “Mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día” (2 Cor 4, 16).
Es importante lo que señala Chevrot: “Cristo le hace falta al mundo del trabajo, pues el ideal de justicia y de progreso que este persigue sobre la tierra no lo alcanzará más que descubriendo al Creador que concibió el destino del hombre, y a Cristo que nos permite alcanzarlo” (27).
La palabra bienaventuranza significa felicidad perfecta. Ese es el regalo que Dios concede al que se identifica con él, al que busca en cada momento amarle haciendo su voluntad: “La felicidad es un don que Dios nos hace y que deriva de nuestra fidelidad a su amor” (34).
José Carlos Martín de la Hoz
Georges Chevrot, Las Bienaventuranzas, Rialp, Madrid 1984, novena edición. 264 pp.