El sentido de la fe cristiana

 

La pregunta acerca del sentido del cristianismo, es siempre pertinente, pues de cómo se resuelva o aventure a responderse dependerá el grado de verdad y, por tanto, de consecuencias humanas y sobrenaturales como la viveza personal y la iluminación del discurso intelectual contemporáneo.

El profesor de metafísica Luis Romera, recuerda al comienzo de su exposición sobre esta materia, que ya lo había abordado hace ya unos años en la Universidad de Piura, Perú, mediante una reflexión “sobre el papel de la religión en la existencia humana y, por tanto, en su relevancia en la educación de las nuevas generaciones”.

Ahora, en el ensayo que estamos comentando sobre la inspiración cristiana de la educación, recupera y actualiza su interesante discurso de hace años para ponerlo al día y al servicio de la comunidad educativa: el sentido de la fe cristiana en la trasmisión de la fe completa en la educación.

Enseguida añadirá, en un discurso dirigido a los directivos y profesores de la “Institució Familiar d’Educació” de Cataluña que acababa de cumplir cincuenta años de trabajo incansable en Cataluña y en las Baleares, que desea moverse en el ámbito de “una antropología abierta a la teología” (77).

Así pues, desarrollará una primeras ideas que sirven de marco histórico y que enmarcan muy bien su investigación: “La fe se presenta en no pocas ocasiones como un tema controvertido, debatido en la esfera pública, deliberado en la interioridad de la persona, a veces con un auténtico forcejeo e entre la presión que ejerce una mentalidad positivista y pragmática, por un lado, y la insistencia de la voz de la conciencia, por otro, que no ceja de susurrar la necesidad intelectual y existencial de remitirse a una instancia trascendente” (77-78).

Inmediatamente, para desarrollar la cuestión, nuestro autor acude a una de las definiciones de la fe más lúcidas de Benedicto XVI: “«hemos creído en el amor de Dios» (cfr. 1 Jn 14, 16): así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (78). A lo que añadirá nuestro autor con toda rotundidad: “El cristiano es ante todo quien ha creído en el amor de Dios”.

Inmediatamente, recogerá las palabras de la ceremonia de apertura del pontificado del papa Francisco: “el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia”. A lo que añadirá nuestro autor en términos nítidos de pedagogía divina: “la paciencia consiste en el despliegue temporal de una misericordia que llama y espera, que alienta y ayuda, que acoge y cobija, que lleva a plenitud, trascendiendo los avatares de la historia. Por eso la misericordia abre el espacio de la auténtica libertad” (79). Creer en el amor de Dios es reconocer que la iniciativa es divina y que estamos llamados a experimentar el amor de Dios en este mundo como anticipo del cielo (81).

José Carlos Martín de la Hoz

Luis Romera, La inspiración cristiana en el quehacer educativo. Indicaciones desde la filosofía, Rialp, Madrid 2020, 110 pp.