El sentido de la liturgia



            El
Santo Padre Benedicto XVI está impulsando, desde el comienzo de su
Pontificado, una renovación en la vida litúrgica de la Iglesia. Una vez
más se recuerda al Pueblo cristiano que es preciso ahondar en las
raíces para adorar a Dios con todo el corazón y con toda la mente. Quizás
el siguiente texto tomado del Magisterio de la Iglesia puede ayudarnos a
valorar ese deseo del Santo Padre: “En la época apostólica
y postapostólica se encuentra una profunda
fusión entre las expresiones cultuales que hoy
llamamos, respectivamente, Liturgia y piedad popular. Para las más
antiguas comunidades cristianas, la única realidad que contaba era
Cristo (cf. Col 2, 16), sus palabras de vida (cf. Jn 6, 63), su mandamiento de amor mutuo (cf. Jn 13, 34), las acciones rituales que él ha mandado
realizar en memoria suya (cf. 1 Cor 11, 24-26). Todo
el resto – días y meses, estaciones y años, fiestas y
novilunios, alimentos y bebidas ... (cf. Gal 4, 10; Col 2, 16-19) – es secundario.


En la primitiva generación
cristiana se pueden ya individuar los signos de una piedad personal,
proveniente en primer lugar de la tradición judaica, como el seguir las
recomendaciones y el ejemplo de Jesús y de San Pablo sobre la
oración incesante (cf. Lc
18, 1; Rm 12, 12; 1 Tes 5,
17), recibiendo o iniciando cada cosa con una acción de gracias (cf. 1 Cor 10, 31; 1 Tes 2, 13; Col 3,
17). El israelita piadoso comenzaba la jornada alabando y dando gracias a Dios,
y proseguía, con este espíritu, en todas las acciones del
día; de tal manera, cada momento alegre o triste, daba lugar a una
expresión de alabanza, de súplica, de arrepentimiento. Los
Evangelios y los otros escritos del Nuevo Testamento contienen invocaciones
dirigidas a Jesús, repetidas por los fieles casi como jaculatorias,
fuera del contexto litúrgico y como signo de devoción
cristológica. Hace pensar que fuese común entre los fieles la
repetición de expresiones bíblicas como: "Jesús, Hijo
de David, ten piedad de mí" (Lc 18, 38);
"Señor, si quieres puedes sanarme" (Mt
8, 1); "Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu
reino" (Lc 23, 42); "Señor
mío y Dios mío" (Jn 20, 28);
"Señor Jesús, acoge mi espíritu" (Hch 7, 59). Sobre el modelo de esta piedad se
desarrollarán innumerables oraciones dirigidas a Cristo, de los fieles
de todos los tiempos.


Desde el siglo II, se observa
que formas y expresiones de la piedad popular, sean de origen judaico, sean de
matriz greco-romana, o de otras culturas, confluyen espontáneamente en la Liturgia. Se ha
subrayado, por ejemplo, que en el documento conocido como Traditio
apostólica
no son infrecuentes los elementos de raíz popular.
Así también, en el culto de los mártires, de notable
relevancia en las Iglesias locales, se pueden encontrar restos de usos
populares relativos al recuerdo de los difuntos. Trazas de piedad popular se
notan también en algunas primitivas expresiones de veneración a la Bienaventurada Virgen,
entre las que se recuerda la oración Sub
tuum praesidium
y la
iconografía mariana de las catacumbas de Priscila, en Roma. La Iglesia,
por lo tanto, aunque rigurosa en cuanto se refiere a las condiciones interiores
y a los requisitos ambientales para una digna celebración de los divinos
misterios (cf. 1 Cor 11, 17-32), no duda en
incorporar ella misma, en los ritos litúrgicos, formas y expresiones de
la piedad individual, doméstica y comunitaria”.


 


José Carlos Martín de la
Hoz


CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS
SACRAMENTOS, Directorio sobre la piedad
popular y la liturgia
, Roma 2002, n.23