El Valle de lo humano

 

Desde hace muchos siglos el pueblo Cristiano ha recitado una tierna y dulce oración a la Virgen Santísima, denominada “la salve” por la primera palabra con la que comienza esta plegaria en lengua latina.

Entre las muchas expresiones conmovedoras de dicha plegaria hay una en la que deseaba detenerme ahora y es la referencia desgarrada e implorante a la Virgen mientras estamos en “este valle de lágrimas”.

Pensaba esta mañana en esto mientras entraba en el “calvario”, el. templo construido por el hermano Pedro (san Pedro de Betancourt) canonizado en Ciudad de Guatemala ante una millonaria multitud a finales de los años noventa, un día inolvidable también para los de Villaflor (Tenerife), la patria natal del hermano Pedro que llegaron en un pequeño autobús y fueron muy aplaudidos por la extraordinaria concurrencia.

Evidentemente cuando se contempla la imagen del hermano Pedro inclinado por el peso de los años, el amor De Dios y el cansancio de su continua oración por todos los indígenas de Guatemala, en su mano derecha una campana con la que avisaba que ya debían acercarse quienes deseaban asistir a la catequesis.

La casa donde residía  en la Antigua  no puede ser más pobre, como las estancias, el fuego para calentarse o los ornamentos que utilizaba para la celebración del santo sacrificio de la Misa.

Se entiende muy bien que el pueblo acudiera en oleadas en aquella eterna primavera guatemalteca y el hermano Pedro les hablara de Jesus y les describiera su nacimiento, vida oculta, vida pública, pasión y muerte y gloriosa Resurrección, pues bastaba con decir en voz alta lo que alababa con el corazón y meditaba con su entendimiento. Así lo expresan las imágenes que hay en su estancia y que recogen las apariciones que recibía.

Indudablemente para el profesor Domínguez Munaiz se trata de un valle de lágrimas cualquiera etapa de la vida terrena, pues hasta encontrar a Cristo cara a cara, no podemos saciar nuestra ansia de eternidad,

Esto es lo que llama Lynch sobre educar los deseos (184), mientras estamos en la tierra, a lo que añadiríamos nosotros para no engañarnos con falsas ilusiones o tergiversaciones del cielo: verdadero objeto de la esperanza.

Enseguida reconocerá lacónicamente que mece desistamos de la gracia (188), incluso cuando  nos desea que vayamos a él libremente y por tanto con autonomía y motor propio (189). Esta sería la identidad madura (193).

Es interesante observar que se trata de experimentar a la vez la esperanza y la desesperanza, pues ambas se dan en nuestra vida y en nuestro caminar en diversas proporciones. Estamos en el mundo real (202).

José Carlos Martín de la Hoz

Alberto Domínguez Munaiz, Esperanza o el amanecer de la libertad, una conversación con Metz y Lynch sobre la crisis de identidad en Occidente, ediciones PPC, Madrid 2022, 270 pp.