Elogio de la biblioteca

 

Una buena biblioteca suele ofrecer abundantes sorpresas, es como el cofre de un tesoro. Cuando elijo un libro, me gusta mirar, en la ficha de registro correspondiente, en qué fecha lo sacó el lector que me ha precedido. Unas veces, han pasado pocas semanas; otras, en cambio, muchos meses o incluso años. Y se ha dado también el caso de que la cartulina estuviera en blanco y resultara que uno iba de estreno. Me dan cierta pena esos volúmenes que no elije nadie, pero mientras estén en su sitio siempre cabe la posibilidad de que algún día llegue una mano acariciadora y… Me gusta pensar en esos lectores desconocidos con los que me une misteriosamente el interés por determinado libro. ¡Cómo me agradaría saber quiénes son, ver su rostro, conocer algo de su vida, cambiar impresiones sobre nuestros gustos, nuestras ideas…!

Suceden también otro tipo de sorpresas inesperadas. Uno anda buscando determinado título o a un autor concreto y se encuentra con un libro que le llama la atención por algún motivo no siempre claro. Lo coge, lo hojea, indaga, le sorprende, duda sobre si merecerá la pena aventurarse ante eso que lo atrae, lo aparca mientras sigue indagando, pero vuelve sobre sus pasos, lo deja o se decide… Es una aventura maravillosa, el tiempo transcurre, vuela entre los libros y las posibilidades que nos ofrecen. Hay que tomar una decisión… Al regresar a casa, siento cierta emoción e impaciencia mientras palpo el libro elegido: ¿qué me deparará la lectura?

Hace pocos días, mientras buscaba en la sección de teatro, me topo con una autora desconocida (Francisca Navarro), leo en la solapa que se trata de una escritora de principios del siglo diecinueve sobre cuya vida no se sabe casi nada, parece que fue actriz. El autor de esta edición de dos de sus comedias es Eduardo Pérez-Rasilla, compañero mío en primero y segundo de carrera, experto en teatro. Son datos que influyen favorablemente y decido llevarme el libro. Ya en casa, busco más información sobre la autora en manuales de literatura española o en libros sobre teatro, pero no encuentro ni el menor rastro. El interés aumenta, pero también las dudas, al observar que han pasado casi diez años desde que otro lector sacó el ejemplar de la biblioteca. Abro el libro…

 

Luis Ramoneda