Elogio y nostalgia del canto gregoriano

 

Durante el Triduo Pascual de la Semana Santa que acabamos de celebrar, he asistido a los oficios litúrgicos en diversas iglesias de Madrid y, en conversaciones con amigos, me han contado también sus impresiones. En estas ceremonias, uno espera encontrar recogimiento, un clima que facilite la adoración, la contemplación, el sosiego, el silencio interior, pero, a menudo, con lo que se topa es con ruido, más ruido, como en la calle, mucha guitarra, canciones más o menos sensibleras, de dudosa calidad musical y teológica. ¿Atraen a los feligreses? Tengo serias dudas.

Por mi parte, he añorado una vez más el canto gregoriano, que está en las raíces de nuestra cultura y es una de las aportaciones más notables del cristianismo. Vía multisecular, además, para la unidad y la universalidad de la Iglesia Católica. Una música que ayuda a rezar, sin distraerse, que deja poso, por su hondura, por la armonía entre el texto y la partitura… Un canto que nos eleva a Dios casi de un modo imperceptible. Al comentarlo, alguno objetó que la gente ya no sabe latín, que no entiende lo que se canta. Tampoco lo comprendía la mayor parte de nuestros antepasados que han participado del gregoriano durante siglos. Sin embargo, hoy lo tenemos mucho más fácil, porque hay buenas y asequibles aplicaciones con las que se puede –a través del móvil– encontrar la traducción de los diversos cantos con facilidad.

Por otra parte, llevo años gozando con audiciones del Mesías de Haendel, de las Pasiones de Juan Sebastián Bach…, por poner solo dos ejemplos señeros. Si tengo a mano la traducción de los textos, estupendo, pero, cuando no ha sido posible, he sentido las mismas o muy parecidas impresiones, que han elevado mi espíritu. La penuria cultural es mala y prescindir del canto gregoriano en la liturgia me parece un error gravísimo que nos empobrece. Cuando tiramos por elevación, salimos ganando, aunque cueste un poco más de esfuerzo, porque todo se puede enseñar y, en el caso que nos ocupa, merecería la pena mostrar el significado y la belleza de la música gregoriana, quizá comenzando por pequeñas dosis. Se me quedó grabado, hace años en Roma, durante la beatificación de san Josemaría Escrivá de Balaguer, cómo cantaba gregoriano un grupo de mujeres africanas.

 Luis Ramoneda