En el último discurso de san Juan Pablo II al terminar su periplo por España, en Santiago de Compostela lanzó un grito a toda Europa que merece la pena ser recordado: “Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades” (Juan Pablo II, Discurso europeísta, Santiago de Compostela, 9.XI.1982).
Recordaba estas iluminadoras palabras mientras leía este libro de testimonios acerca de personas que murieron durante la persecución religiosa de la II República y la guerra civil española y, también, algunos casos de muertos durante la persecución en México al comienzo del siglo XX en la llamada guerra de los cristeros.
Indudablemente, los muertos por odio a la fe han sido simiente y lo seguirán siendo para muchas generaciones, es decir que el origen de muchas conversiones se produjo por la gracia de dios y al contemplar la fe viva de quienes superan el instinto de supervivencia para ser fieles a Jesucristo. Como afirmaba la epístola a Diogneto en el siglo II: “la sangre de los cristianos será siempre semilla de buenos cristianos”.
No podemos olvidar que uno de los primeros intelectuales que se convirtieron a la luz del ejemplo luminoso de los primeros mártires, Lactancio, afirmaba que la religión debía entenderse como “religare”: como atadura a Cristo por la gracia y no como una mera relectura, según Cicerón. En cualquier caso, podemos afirmar que ambos se equivocaban, pues el martirio significa reelección. La gracia martirial es ser llamados a una nueva elección para ser imitadores de Cristo en su pasión y muerte.
El libro recoge abundantes testimonios de personas que murieron perdonando y ya se han preocupado los autores del libro de exponer cómo realmente murieron perdonando a sus verdugos, como Cristo lo hizo: “Padres perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
Lógicamente, la persecución religiosa durante la segunda República y la Guerra civil española, comenzó en el siglo XIX según fue promulgada la carta magna de las Cortes de Cádiz el 19 de marzo de 1812.
Apoyándose en el texto constituyente, tanto los liberales conservadores como los liberales progresistas comenzaron sus campañas de opinión pública de descrédito y desconfianza de la Iglesia católica a la que achacaban del atraso del país en todos los ordenes incluso en el del pensamiento religioso.
El odio acumulado e inyectado en las masas obreras, sindicalistas, intelectuales, militares, maestros, y religiosos, a través del modernismo, culminaría con el plan de exterminio de todos los signos religiosos, personas y altares, como llevó a cabo la revolución francesa en el país vecino.
José Carlos Martín de la Hoz
Beatriz y Gracia Pellicer de Juan, Hogares de amor y perdón II, ediciones “Enraizados”, Madrid 2024, 199 pp.