Cuanto más presumen de libertad más escasos son los síntomas de que exista. Vemos con tanta frecuencia personas de todas las edades esclavizadas por las pantallas  y adicciones tremendas, que no podemos menos que asustarnos de hasta dónde puede llegar nuestra civilización. Si la gente, así en general, leyera mucho, o con frecuencia, cabría la esperanza de que descubrieran alguno de los muchos libros que nos hablan de qué es eso de la libertad, que es la esencia de la felicidad del hombre sobre la tierra.

Mariano Fazio escribe uno más, con la gran ventaja de que las referencias utilizadas lo hacen especialmente ameno. “Libertad para amar, a través de los clásicos”, es el título completo. Y es sin duda sugestivo un libro que advierte de que los autores clásicos hayan profundizado de una manera o de otra sobre qué es la libertad y sobre la importancia de la libertad para el hombre, como aspecto esencial de la misma definición de persona.

“El ejemplo más extremo de la degradación humana a la que lleva la ambición del poder lo encontramos en los Macbeth, el matrimonio protagonista de su obra de teatro más breve. La historia es muy conocida: fiándose de unas profecías pronunciadas por tres brujas escocesas, e instigado maléficamente por su mujer, Macbeth asesina al buen rey Duncan para hacerse con el poder. Poco después de cometer el regicidio, Macbeth comienza a oír voces en su interior. Le comenta a su mujer: me pareció oír una voz que me gritaba: no dormirás más... Macbeth ha asesinado el sueño” (p. 28).

Un ejemplo entre tantos que nos hablan de que la libertad no es hacer lo que me conviene o me gusta, porque todo lo que es moralmente malo esclaviza. Nos libera el bien. Por lo tanto lo que nos importa es saber lo que es bueno, lo que es objetivamente recomendable. Y es lo que descubrimos en los clásicos y lo que no encontramos en la literatura contemporánea, salvo interesantes excepciones.

“Buscar a Wild inmortalizó al típico dandy superficial, que en su búsqueda desesperada de placeres cada vez más refinados llega a auténticas aberraciones. Nos referimos a Dorian Gray, protagonista de la célebre novela del escritor anglo-irlandés. La historia es conocida: todos los pecados de Dorian se trasladan a un retrato que le hicieron en la juventud. Él siempre mantiene un aire saludable y jovial, mientras que el retrato se va afeando cada vez más aceleradamente, a medida que comete sus inmoralidades” (p. 31). Es la ventaja de los clásicos, que nos dirigen a descubrir lo que es bueno y, por lo tanto, lo que nos hace libres.

“Jesucristo encarna la libertad más perfecta, pues toda su vida es un donarse generosamente, a lo divino. Se hace uno de nosotros –‘semejante a nosotros en todo, menos en el pecado’, Heb 4, 15-, comparte nuestra vida y nos invita a seguirle” (p. 44). Esto es lo que cambia los planteamientos superficiales de tantos autores contemporáneos y lo que sí saben los clásicos, con pocas excepciones, y precisamente por eso son clásicos.

Uno de los aspectos más interesantes del tratamiento que hace Tolkien de los personajes de El señor de los anillos es la lucha que se libra en el interior de cada uno para ser fiel a su misión. Frodo cae muchas veces en la tentación, pero finalmente logra coronar su meta, ayudado por circunstancias providenciales: el mal puede transformarse en bien, como la caída de Gollum en el monte del destino. Frodo siente la atracción del mal, muchas veces se desanima pero también se siente impulsado por aquel que le dio la misión” (p. 59). Así suele ser nuestra vida en el camino por ser libres.

Ángel Cabrero Ugarte

Mariano Fazio, Libertad para amar, Rialp 2022